Plaça Del Diamant

Dos meses sin escribir. Dejé a Keller, y vendría Matheson, y después Tsutsui y después K. Dick, “Rayuela” se quedó en proyecto, y al final, que el tiempo aprieta, el año se acaba, el centenario del nacimiento de la señora Rodoreda está ahí, maestra de las letras catalanas, lo menos que se puede hacer. Leer “La Plaza Del Diamante”, plaza por la que paso a menudo. Sobre todo por la noche, cuando subo el barrio, o al mediodía, cuando lo bajo. La plaza mantiene, casi cincuenta años después de haberse escrito la novela, ese halo de tristeza y de enfermedad, y a la vez alegría melancólica, que tan bien hace evocar Doña Mercé.

Lo admito, su estilo no me gusta. La concentración de pensamientos, opiniones, diálogos, descripciones, hechos en un sólo párrafo se me hace demasiado moderna. Sin embargo uno se va empapando de las desventuras de Natalia en la vida. Las páginas dedicadas a la época de la guerra son desasosegantes en extremo, y creo que el lector agradece el giro del destino del personaje, porque por momentos la tragedia se tiene casi enfrente. Sobre todo en estos días en los que sin haber revolución ni guerra civil, bien podría haberlas si uno respira hondo en el parque Güell y se mete en la jungla de pobreza y decadencia y a la vez de alegría por vivir que se respira desde la Travessera de Dalt hasta la de Gracia.

La novela es sin duda un adelanto para la oscuridad de su época. Desde el punto de vista femenino, se tocan muchísimos temas con una sensibilidad y saber hacer muy dignos. Está llena de pequeños detalles, como el del mundo de las palomas que vuelan en la casa de Natalia, o el de las cortinas japonesas del tendero de las arvejas. Su final deja un sabor de boca dulce, de esperanza, de lucha, de redención, de futuro.

Recomendarla es lo único que puedo hacer desde aquí. A unos pocos cientos de metros de la Plaza Del Diamante.

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