Archive for July, 2011

Céline y su “Viaje Al Fin De La Noche” (IV Parte)

Tuesday, July 26th, 2011

Cuarta y última parte dedicada a esta inconmensurable novela. El protagonista, Ferdinand, vuelve a Francia, tras sus aventuras en colonias, y en América. En esta parte surge con fuerza el concepto tan francés, tan baudelairiano de “ennui“.

FRANCIA

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“Al entrar, olía de lo lindo, en casa de los Henrouille, además del humo, el retrete y el guiso. Acababan de pagar su hotelito. Eso representaba sus cincuenta buenos años de economías. En cuanto entrabas en su casa y los veías, te preguntabas qué les pasaba, a los dos. Bueno, pues, lo que les pasaba, a los Henrouille, lo que en ellos parecía natural, era que nunca habían gastado, durante cincuenta años, un solo céntimo, ninguno de los dos, sin haberlo lamentado. Con su carne y su espíritu habían adquirido su casa, como el caracol. Pero el caracol lo hace sin darse cuenta.
Los Henrouille, en cambio, no salían de su asombro por haber pasado por la vida nada más que para tener una casa e, igual que las personas a las que acaban de sacar de un encierro, entre cuatro paredes, les resulta muy extraño. Debe de poner una cara muy rara la gente, cuando la sacan de una mazmorra.
Desde antes de casarse, ya pensaban, los Henrouille, en comprarse una casa. Por separado, primero, y, después, juntos. Se habían negado a pensar en otra cosa durante medio siglo y, cuando la vida los había obligado a pensar en otra cosa, en la guerra, por ejemplo, y sobre todo en su hijo, se habían puesto enfermos a morir”.

“Se había hecho con un papel favorable, que le proporcionaba emoción. Una felicidad inagotable. Mientras eres capaz aún de desempeñar un papel, tienes asegurada la felicidad. Las jeremiadas, para vejestorios, lo que le habían ofrecido desde hacía veinte años, la tenían harta, a la vieja Henrouille. Ese papel, que le habían brindado en bandeja, virulento, inesperado, ya no lo soltaba. Ser viejo es no encontrar ya un papel vehemente que desempeñar, es caer en un eterno e insípido «día sin función», donde ya sólo se espera la muerte. El gusto por la vida recuperaba, la vieja, de pronto, con un papel vehemente de revancha. De pronto, ya no quería morir, nunca. Con ese deseo de supervivencia, con esa afirmación, estaba radiante. Recuperar el fuego, un fuego de verdad en el drama”.

“En el último momento, mediante un anuncio ambiguo en una revista médica, había podido aferrarse por los pelos a otro modesto medio de subsistencia. No gran cosa, evidentemente, pero, de todos modos, un apaño descansado y de su especialidad. Se trataba de la astuta aplicación de las teorías recientes del profesor Baryton sobre el desarrollo de niños cretinos mediante el cine. Un gran paso adelante en el subconsciente. No se hablaba de otra cosa en la ciudad. Era moderno”.

“No vale la pena debatirse, esperar basta, ya que todo acabará pasando por la calle. Ella sola cuenta, en el fondo. No hay nada que decir. Nos espera. Habrá que bajar a la calle, decidirse, no uno, ni dos, ni tres de nosotros, sino todos. Estamos ahí delante, haciendo remilgos y melindres, pero ya llegará.

En las casas, nada bueno. En cuanto una puerta se cierra tras un hombre, empieza a oler enseguida y todo lo que lleva huele también. Pasa de moda en el sitio, en cuerpo y alma. Se pudre. Si apestan, los hombres, nos está bien empleado. ¡Debíamos ocuparnos de ello! Debíamos expulsarlos, exponerlos. Todo lo que apesta está en la habitación y adornado, pero hediondo, de todos modos.

Hablando de familias, conozco a un farmacéutico, en la Avenue de Saint-Ouen, que tiene un hermoso rótulo en el escaparate, un bonito anuncio: ¡tres francos la caja para purgar a toda la familia! ¡Un chollo! ¡Eructan! Obran juntos, en familia. Se odian con avaricia, en un hogar de verdad, pero nadie protesta, porque, de todos modos, es menos caro que ir a vivir a un hotel.

El hotel, ya que hablamos, es más inquieto, no tiene las pretensiones de un piso, te sientes menos culpable en él. La raza humana nunca está tranquila y para descender al juicio final, que se celebrará en la calle, evidentemente estás más cerca en el hotel. Ya pueden venir, los ángeles con trompetas, que estaremos los primeros, nosotros, nada más bajar del hotel”.

“Yo, por mi parte, economicé ese deseo de dormitar y me lo reservé para la noche. Los miedos, supervivientes de la jornada, alejan demasiado a menudo el sueño y, cuando tienes la potra de hacerte, mientras puedes, con una pequeña provisión de beatitud, habrías de ser muy imbécil para desperdiciarla en fútiles cabezadas previas. ¡Todo para la noche! ¡Es mi lema! Hay que pensar todo el tiempo en la noche. Y, además, que estábamos invitados también para la cena, era el momento de recuperar el apetito…”.

“La remuneración, en aquel manicomio era mínima, cierto es, pero, en cambio, la alimentación era bastante buena y el alojamiento perfecto. También podíamos tirarnos a las enfermeras. Estaba permitido y reconocido tácitamente. Baryton, el patrón, no tenía nada en contra de esas diversiones e incluso había comentado que esas facilidades eróticas mantenían el apego del personal a la casa. Ni tonto, ni severo”.

“Un loco no es sino las ideas corrientes de un hombre pero bien encerradas en una cabeza. El mundo no pasa a través de su cabeza y se acabó. Se vuelve como un lago sin ribera, una cabeza cerrada, una infección”.

“Vigny-sur-Seine se presenta entre dos esclusas, entre sus dos oteros, desprovistos de vegetación, es un pueblo que se transforma en suburbio. París va a absorberlo.
Pierde un jardín por mes. La publicidad, desde la entrada, lo envuelve abigarrado como un ballet ruso. La hija del ordenanza sabe hacer cócteles. Sólo el tranvía se empeña en pasar a la historia, no se irá sin revolución. La gente está inquieta, los hijos ya no tienen el mismo acento que sus padres. Te encuentras como incómodo al pensarlo, de ser aún de Seine-et-Oise. Se está produciendo el milagro. El último parterre desapareció con la llegada de Laval al Ministerio y las asistentas cobran veinte céntimos más por hora desde las vacaciones. Se ha establecido un bookmaker. La empleada de la estafeta de correos compra novelas pederásticas e imagina otras mucho más realistas. El cura dice «mierda» cada dos por tres y da consejos sobre la Bolsa a los que son buenos. El Sena ha matado sus peces y se americaniza entre una fila doble de volquetes-tractores-remolcadores que le forman al ras de las riberas una terrible dentadura postiza de basuras y chatarra. Tres agentes inmobiliarios acaban de ir a la cárcel. Nos vamos organizando”.

“Así, pues, no creáis nunca de entrada en la desgracia de los hombres. Limitaos a preguntarles si aún pueden dormir… En caso de que sí, todo va bien. Con eso basta”.

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“Las cosas que más te interesan, un buen día decides comentarlas cada vez menos, y con esfuerzo, cuando no queda más remedio. Estás pero que muy harto de oírte hablar siempre… Abrevias… Renuncias… Llevas más de treinta años hablando… Ya no te importa tener razón. Te abandona hasta el deseo de conservar siquiera el jequecito que te habías reservado entre los placeres… Sientes hastío… En adelante te basta con jalar un poco, tener un poco de calorcito y dormir lo más posible por el camino de la nada. Para recuperar el interés, habría que descubrir nuevas muecas que hacer delante de los demás… Pero ya no tienes fuerzas para cambiar de repertorio. Farfullas. Buscas aún trucos y excusas para quedarte ahí, con los amiguetes, pero la muerte está ahí también, hedionda, a tu lado, todo el tiempo ahora y menos misteriosa que una partida de brisca. Sólo conservas, preciosas, las pequeñas penas, la de no haber encontrado tiempo para ir a Bois-Colombes a ver, mientras aún vivía, a tu anciano tío, cuya cancioncilla se extinguió para siempre una noche de febrero. Eso es todo lo que has conservado de la vida. Esa pequeña pena tan atroz, el resto lo has vomitado más o menos a lo largo del camino, con muchos esfuerzos y pena. Ya no eres sino un viejo reverbero de recuerdos en la esquina de una calle por la que ya no pasa casi nadie”.

“A fin de cuentas, fue culpa mía que volviéramos a hablar y que la disputa se reanudara al instante y con más fuerza. Con las palabras todas las precauciones son pocas; parecen mosquitas muertas, las palabras, no parecen peligros, desde luego, vientecillos más bien, ruiditos vocales, ni chicha ni limonada, y fáciles de recoger, en cuanto llegan a través del oído, por el enorme hastío, gris y difuso, del cerebro. No desconfiamos de las palabras y llega la desgracia”.

“Yo ya lo había visto muy enfermo, y en muchos lugares diferentes, pero aquello era un asunto en que todo era nuevo, los suspiros y los ojos y todo. Ya no se lo podía retener, podríamos decir, se iba de minuto en minuto. Transpiraba con gotas tan gruesas, que era como si llorase con toda la cara. En esos momentos es un poco violento haberse vuelto tan pobre y tan duro. Careces de casi todo lo que haría falta para ayudar a morir a alguien. Ya sólo te quedan cosas útiles para la vida de todos los días, la vida de la comodidad, la vida propia sólo, la cabronada. Has perdido la confianza por el camino. Has expulsado, ahuyentado, la piedad que te quedaba, con cuidado, hasta el fondo del cuerpo, como una píldora asquerosa. La has empujado hasta el extremo del intestino, la piedad, con la mierda. Ahí está bien, te dices”.

Las peripecias de Ferdinand se desarrollan en el entorno de la Avenue de St. Ouen, con el cementerio de Montmartre al norte, al sur el de Batignolles, en la zona de Clichy, cerca del primer gran cinturón periferico de Paris, el Boulevard Périphérique.

Imprescindible.

 

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Céline y su “Viaje Al Fin De La Noche” (III Parte)

Thursday, July 21st, 2011

Aquello de que no se tiene tiempo para hacer que si patatín que si patatán sigue siendo a veces una excusa; otras, una realidad. Pero el reino del Tiempo Controlador ya no es tan absoluto.

Hay que tener en cuenta el estado mental del personal. Tengo tiempo, y sin embargo, no me funciona bien el bolo. Porque hace mucho calor, o frío, tengo sueño atrasado, o una neurosis de caballo. A partir de aquí, el reloj juega al escondite. Quizás haya pasado desde siempre. Pero da la impresión de que aquel agricultor que hace un siglo, trabajaba de sol a sol, y de repente, como si tal cosa, un señalado día del Señor, enseñaba a sus colegas segadores su colección de bodegones pintados al óleo guardados celosamente en el sótano, hoy nos daría a entender de que no tiene tiempo ni para ver el telediario de la medianoche. ¡Como para pintar! ¡Ay!

Así pues, yo tampoco tiempo tiempo (entiéndase que es una excusa) para escribir un estudio más o menos sesudo sobre un grupito de novelas que tratan un tema que considero muy interesante: la llegada a América. La de antes de la Segunda Guerra Mundial. Saborear la visión del inmigrante. Por ejemplo, la visión del gran autor ruso Korolenko. De momento, nos conformaremos con la de Céline, que no es como para tomarla a broma.

AMÉRICA

Vendido a un tratante de esclavos por un cura de colonias (sabido es que son los mejores) , el protagonista de la novela llega a Nueva York, a América.

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“Nos entendimos sin problemas en relación con el currelo y creo incluso que, hacia el final de mi periodo de prueba, Mischief me tenía mucha simpatía. No verse es ya una buena razón para simpatizar y, además, sobre todo mi extraordinaria habilidad para atrapar las pulgas lo seducía. No había otro como yo en el puesto, para encerrarlas en cajas, las más rebeldes, las más queratinizadas, las más impacientes; era capaz de seleccionarlas según el sexo sobre el propio emigrante. Era un trabajo estupendo, puedo asegurarlo… Mischief había acabado fiándose por entero de mi destreza.
Hacia la noche, a fuerza de aplastar pulgas, tenía las uñas del pulgar y del índice magulladas y, sin embargo, no había acabado con mi tarea, ya que me faltaba aún lo más importante, ordenar por columnas los datos de su filiación: pulgas de Polonia, por una parte, de Yugoslavia… de España… Ladillas de Crimea… Sarnas de Perú… Todo lo que viaja, furtivo y picador, sobre la humanidad, me pasaba por las uñas. Era, como se ve, una obra a la vez monumental y meticulosa. Las sumas se hacían en Nueva York, en un servicio especial dotado de máquinas eléctricas cuentapulgas. Todos los días, el pequeño remolcador de la Cuarentena atravesaba la ensenada de un extremo a otro para llevar allí nuestras sumas por hacer o por verificar.
Así pasaron días y días, recobraba un poco la salud, pero, a medida que perdía el delirio y la fiebre en aquella comodidad, recuperé, imperioso, el gusto por la aventura y por nuevas imprudencias. Con 37 grados todo se vuelve trivial”.

“Avanzaba la gente hacia las luces colgadas en la noche y a lo lejos, serpiente agitada y multicolor. De todas las calles de los alrededores afluía. Forma un buen montón de dólares, pensé, una multitud así, ¡sólo en pañuelos, por ejemplo, o en medias de seda! ¡E incluso en pitillos sólo! ¡Y pensar que, aunque te pasees en medio de todo ese dinero, no consigues ni un céntimo más, ni para ir a comer siquiera! Es desesperante, cuando lo piensas, lo defendidos que van los hombres, unos de otros, como casas”.

“Entonces los sueños suben en la noche para ir a abrazarse en el espejismo de la luz en movimiento. No está del todo vivo lo que sucede en las pantallas, queda dentro un gran espacio confuso, para los pobres, para los sueños y para los muertos. Tienes que atiborrarte rápido de sueños para atravesar la vida que te aguarda fuera, a la salida del cine, resistir unos días más esa atrocidad de cosas y hombres. Eliges, de entre los sueños, los que más te reaniman el alma. Para mí, eran, lo confieso, los de cochinadas. No hay que ser orgullosos, le sacas, a un milagro, lo que puedes retener. Una rubia con unos chucháis [“pechos” en caló] y una nuca inolvidables creyó oportuno venir a romper el silencio de la pantalla con una canción sobre su soledad. Habría sido capaz de llorar con ella.
¡Eso es lo bueno! ¡Qué animos te da! El valor, lo sentía ya, me iba a durar dos días por lo menos”.

“¿Sería tal vez que a los habituados no les causaban el mismo efecto que a mí aquellos amontonamientos de materia y alvéolos comerciales? ¿Aquellas organizaciones de largueros hasta el infinito? Para ellos tal vez fuese la seguridad todo aquel diluvio en suspenso, mientras que para mí no era sino un sistema abominable de coacciones, en forma de ladrillos, pasillos, cerrojos, ventanillas, una tortura arquitectónica gigantesca, inexpiable.
Filosofar no es sino otra forma de tener miedo y no conduce sino a simulacros salvajes”.

“Al tiempo que peroraba así, artificial y convencional, no podía dejar de percibir con mayor claridad aún otras razones, además del paludismo, para la depresión física y moral que me abrumaba. Se trataba, por lo demás, de un cambio de costumbres, tenía que aprender una vez más a reconocer nuevos rostros en un medio nuevo, otras formas de hablar y mentir. La pereza es casi tan fuerte como la vida. La trivialidad de la nueva farsa que has de interpretar te agobia y, en resumidas cuentas, necesitas aún más cobardía que valor para volver a empezar. Eso es el exilio, el extranjero, esa inexorable observación de la existencia, tal como es de verdad, durante esas largas horas lúcidas, excepcionales, en la trama del tiempo humano, en que las costumbres del país precedente te abandonan, sin que las otras, las nuevas, te hayan embrutecido aún lo suficiente”.

“Quería dejarme tirado en plena noche y lo antes posible. Cosa normal. De tanto verte expulsado así, a la noche, has de acabar por fuerza en alguna parte, me decía yo. Era el consuelo. «Ánimo, Ferdinand –me repetía a mí mismo, para alentarme-, a fuerza de verte echado a la calle en todas partes, seguro que acabarás descubriendo lo que da tanto miedo a todos, a todos esos cabrones, y que debe de encontrarse al fin de la noche. ¡Por eso no van ellos hasta el fin de la noche!»”.

“Mientras disfrutaban los equipos, yo, por mi parte, escribía relatos cortos en la cocina y para mí sólo. El entusiasmo de aquellos deportistas por las criaturas del lugar no alcanzaba, desde luego, al fervor, un poco impotente, del mío. Aquellos atletas tranquilos en su fuerza estaban hartos de perfección física. La belleza es como el alcohol o el confort, te acostumbras a ella y dejas de prestarle atención”.

“¡Ah, si la hubiera conocido antes, a Molly, cuando aún estaba a tiempo de seguir un camino y no otro! ¡Antes de perder mi entusiasmo con la puta de Musyne y el bicho de Lola! Pero era demasiado tarde para rehacer la juventud. ¡Ya no creía en ella! En seguida te vuelves viejo y forma irremediable. Lo notas porque has aprendido a amar tu desgracia, a tu pesar. Es la naturaleza, que es más fuerte que tú, y se acabó. Nos ensaya un género y ya no podemos salir de él. Yo había seguido la dirección de la inquietud. Te tomas en serio tu papel y tu destino poco a poco y luego, cuando te quieres dar cuenta, es demasiado tarde para cambiarlos. Te has vuelto inquieto y así te quedas para siempre”.

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Lola y Musyne, y sobre todo Molly, son trasuntos, mezclas, de Elisabeth Craig, mujer que existió en la vida real, compañera de fatigas de Céline, norteamericana.

Como leemos, la visión de Céline sobre la metrópoli, era ya inauditamente moderna. Esta tercera parte de la novela es también colosal. De aventura en aventura, dejamos los tintes Conradianos/Naipaulescos, y entramos en temáticas urbanas, que más tarde todos hemos cultivado, sobre todo en nuestra vida real. Próximamente, volveremos a la campiña francesa. Au revoir!

Céline y su “Viaje Al Fin De La Noche” (II Parte)

Wednesday, July 20th, 2011

Vuelvo a la carga con Céline. Novela fundacional de un género que todavía sigue vivo y coleando, el de la sincera pedorreta existencialista. Precursora de Sartre, y de lo que esto conlleva, a muchos niveles.

LAS COLONIAS

Puente entre Conrad y Naipaul, casi nada.

La segunda parte de la novela, el mundo de las colonias europeas en África, inhóspito, vil y traicionero, tema fundamental sobre el que escribió el polaco, y escribe, el de Trinidad (que nació el mismísimo año en el que se publicó “Viaje Al Fin De La Noche”, 1932).

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“La introducción del hielo en las colonias, está demostrado, había sido la señal de la desvirilización del colonizador. En adelante, soldado a su helado aperitivo por la costumbre, iba a renunciar, el colonizador, a dominar el clima mediante su estoicismo exclusivamente. Los Faidherbe, los Stanley, los Marchand, observémoslo de pasada, no se quejaron nunca de la cerveza, el vino y el agua tibia y cenagosa que bebieron durante años. No hay otra explicación. Así se pierden las colonias”.

“El negrito, mi guía, volvía sobre sus pasos para ofrecerme sus servicios íntimos y, como yo no estaba animado aquella noche, se ofreció, al instante, desilusionado, a presentarme a su hermana. Me habría gustado saber cómo podría habría podido encontrarla, a su hermana, en semejante noche”.

“La estaca acaba cansando a quien la maneja, mientras que la esperanza de llegar a ser poderoso y rico con que están atiborrados los blancos no cuesta nada, absolutamente nada. ¡Que no vengan a alabarnos el mérito de Egipto y de los tiranos tártaros! Esos aficionados antiguos no eran sino unos maletas petulantes en el supremo arte de hacer rendir al animal vertical su mayor esfuerzo en el currelo. No sabían, aquellos primitivos, llamar «Señor» al esclavo, ni hacerle votar de vez en cuando, ni pagarle el jornal, ni, sobre todo, llevarlo a la guerra, para liberarlo de sus pasiones. Un cristiano de veinte siglos, algo sabía yo al respecto, no puede contenerse cuando por delante de él acierta a pasar un regimiento. Le inspira demasiadas ideas”.

“«Y, además, la aldea, -añadió-. No hay ni cien negros en ella, pero arman un tiberio, los maricones, ¡como si fueran dos mil!… ¡Ya verá usted también lo que son ésos! ¡Ah! Si ha venido usted por el tam-tam, ¡no se ha equivocado de colonia!… Porque aquí lo tocan porque hay luna y después porque no la hay… Y luego porque esperan la luna… En fin, ¡siempre por algo! ¡Parece como si se entendieran con los bichos para fastidiarte, esos cabrones! Como para volverse locos, ¡se lo aseguro! Yo me los cargaba a todos de una vez, ¡si no estuviera tan cansado!… Pero prefiero ponerme algodón en los oídos… Antes, cuando aún me quedaba vaselina en el botiquín, me la ponía, en el algodón, ahora pongo grasa de plátano en su lugar. También va bien, la grasa de plátano… Así, ¡ya se pueden correr de gusto con todos los truenos del cielo, esos maricones, si eso los excita! ¡A mí me la trae floja, con mi algodón engrasado! ¡No oigo nada! Los negros, se dará usted cuenta en seguida, ¡están hechos una mierda!… Pasan el día en cuclillas, parecen incapaces de levantarse para ir a mear siquiera contra un árbol y después, en cuanto se hace de noche, ¡menudo! ¡Se vuelven viciosos! ¡Puro nervio! ¡Histéricos! ¡Pedazos de noche atacados de histeria! Ya ve usted cómo son los negros, ¡se lo digo yo! En fin, una panda de asquerosos… ¡Degenerados, vamos!…»”.

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Todas estas barbaridades que suelta el personaje de Céline son producto de su época. Evidentemente. Él mismo llegó un junio de 1916 a Douala / Fort-Gono, en lo que hoy sería Camerún. No sé qué haría por allí (no es que haya mucha información en la red), pero nos dejó bien descrito el magma cultural de cualquier europeo habitante de las colonias; una mezcla de prejuicios racistas, superioridad prepontentísima, y actitud de funcionario harto de la vida. Qué duda cabe que Naipaul describe las colonias, y lo que ocurre en ellas, como si fuera un espléndido doctor dotado de un perfecto bisturí. Céline se ciñó a ser sincero, aunque algo patoso estéticamente; al menos, para los tiempos que corren.

Iremos a América más tarde.

Céline y su “Viaje Al Fin De La Noche” (I Parte)

Tuesday, July 19th, 2011

 

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Así, presentado, Louis Ferdinand no parece un tipo especialmente atractivo. Una especie de escritorzuelo, con mucha mala leche, de novelas negras, quizás.

El lector se encuentra ante un tocho de 600 páginas. ¿Qué hacer? Los del Ministerio de Cultura francés decidieron en Enero de este año suspender los fastos por el 50 aniversario de su muerte (dado su antisemitismo, etc, etc…), el 1 de Julio de 1961. Y resulta que, como suele ocurrir, han conseguido el efecto contrario, y dado mi interés por el caso, hace unos cinco meses me compré esta novela por cinco euros, y ahora que hace mucho calor, tengo más tiempo libre, y mucho más sueño que de costumbre, lo que yo necesitaba leer era algo al estilo de “Viaje Al Fin De La Noche”.

Sería cansino si escribiera aquí razones a favor, y en contra, de la cancelación de la celebración. Ambas existen. Con tantos muertos no se juega, ni en broma; no se puede ser tan cabrón. Pero, por otro lado, hoy en día, ser antisemita, nazi, o racista, poco significa, literalmente. Depende de cómo se levante uno, del tiempo, o del jefe. No seamos tan falsos.

(Además, y ya es casualidad, al día siguiente de morir Céline, lo hizo Hemingway. De cuyo aniversario de muerte no he oído hablar, seguramente porque nadie pone en duda el valor de su literatura. El tipo de la barba es “untouchable”. Sin embargo, si nos atenemos a su vida (y no a su obra, todavía virgen para mí solito, -sin que me importe tampoco demasiado hasta el momento-), Hemingway ya hizo suficiente daño con sus ideas y convicciones, quizás mucho más que el que hizo realmente Céline. Porque es evidente que muchos americanos han pagado sus grasientos dólares estos mismos días pasados de San Fermín 2011, sólo para emular al pionero de la taurina y cansina tomadura de pelo al pueblo español, y al navarro, en concreto. Como si fuéramos una cuadrilla de gilipollas todos, vamos.)

Hay que ir al grano, y lo que importa ahora es la novela de Céline. Por ahí se la considera como la más importante de la primera mitad del siglo pasado, exceptuando las de Proust. Quizás no hay mucha gente que lea a Céline, pero a aquel sopazas magdaleno (con perdón), menos. El día que mi jefe, el mismo de antes, me deje el tiempo libre suficiente como para encontrar mi propio tiempo perdido, Proust me tomará cuentas de lo que escribo ahora. Y le pagaré con gusto, no se crean.

 

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La novela de Céline es de 1932, no de 1952 (la fotografía puede llevar a confusión). La traducción de Carlos Manzano es magnífica, y se merece una mención especial en esta denuncia social de artículo. Traducción, que, por cierto, en el futuro podría llevar a la confusión, o al nerviosismo, o a la locura semántica, a las posibles nuevas generaciones de lectores de la novela en castellano. El uso de las jergas y del lenguaje de los bajos fondos es constante, y dadas las metamorfosis que sufren en los últimos tiempos los lenguajes callejeros, quizás algunos lectores necesiten de diccionario. También los que la lean en versión original.

Antes de empezar a regalar al lector con algunas de las perlas literarias que contiene esta novela (como medio de animación a la lectura), sólo tengo que decir una cosa en favor de Céline: es un hijo de puta de francés consciente de serlo. Y hay tantos que no lo son… franceses, claro.

 

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SOBRE LA GUERRA y EL PATRIOTISMO

 

“Sí, me creí astuto al hacerlo, ¡imagínese! Para substraerme a la contienda y de ese modo, cubierto de vergüenza, pero vivo aún, volver a la paz como se vuelve, extenuado a la superficie del mar, tras una larga zambullida… Estuve a punto de lograrlo… Pero la guerra dura demasiado, la verdad… A medida que se alarga, ningún individuo parece lo bastante repulsivo para repugnar a la Patria… Se ha puesto a aceptar todos los sacrificios, la Patria, vengan de donde vengan, todas las carnes… ¡Se ha vuelto infinitamente indulgente a la hora de elegir a sus mártires, la Patria! En la actualidad ya no hay soldados indignos de llevar las armas y sobre todo de morir bajo las armas y por las armas… ¡Van a hacerme un héroe! Ésa es la última noticia… La locura de las matanzas ha de ser extraordinariamente imperiosa, ¡para que se pongan a perdonar el robo de una lata de conservas! ¿Qué digo, perdonar? ¡Olvidar! Desde luego, tenemos la costumbre de admirar todos los días a bandidos colosales, cuya opulencia venera con nosotros el mundo entero, pese a que su existencia resulta ser, si se la examina con un poco más de detalle, un largo crimen renovado todos los días, pero esa gente goza de gloria, honores y poder, sus crímenes están consagrados por las leyes, mientras que, por lejos que nos remontemos en la Historia -ya se sabe que a mí me pagan por conocerla-, todo nos demuestra que un hurto venial, y sobre todo de alimentos mezquinos, tales como mendrugos, jamón o queso, granjea sin falta a su autor el oprobio explícito, los rechazos categóricos de la comunidad, los castigos mayores, el deshonor automático y la vergüenza inexpiable, y eso por dos razones: en primer lugar porque el autor de esos delitos es, por lo general, un pobre y ese estado entraña en sí una indignidad capital y, en segundo lugar, porque el acto significa una especie de rechazo tácito a la comunidad. El robo del pobre se convierte en un malicioso desquite individual, ¿me comprende? ¿Adónde iríamos a parar?”

“Por fin, me arriesgué, para concluir, a hacer girar uno de mis brazos por encima de mi cabeza y soltando una de las manos del capitán, una sola me lancé a la perorata: «Entre bravos, señores oficiales, ¿no es lógico que acabemos entendiéndonos? ¡Viva Francia, entonces, qué hostia! ¡Viva Francia!». Era el truco del sargento Branledore. También en aquella ocasión me dio resultado. Fue el único caso en que Francia me salvó la vida; hasta entonces había sido más bien lo contrario. Observé entre los oyentes un momentito de vacilación, pero, de todos modos, a un oficial, por poco predispuesto que esté, le resulta muy difícil abofetear a un civil, en público, en el momento en que grita tan fuerte como yo acababa de hacerlo «¡Viva Francia!». Aquella vacilación me salvó”.

Un momentito, señores. Ahora vuelvo. Es mi vacilación particular. Dejo la I Guerra, pero no la recomendación de esta primera parte de la novela a cualquiera que se indigne al visionar los “Senderos De Gloria”, de K.