Der grüne Heinrich (I)

(para A.)

Gottfried Keller, nacido en año 1819, muerto en 1890. El autor de “Enrique el Verde”, “Der Grüne Heinrich”, nació en Zurich, Suiza, un gran 19 de Julio. Con 14 años lee el Quijote en francés.

El filósofo Friedrich Nietzsche catalogó a “Enrique el Verde”, junto con el “Wilhelm Meister” de Goethe y el “Veranillo de San Martín” (“Der Nachsommer”) de Adalbert Stifter (recientemente editado en edición de lujo por la editorial Pre-Textos, con el título “Verano Tardío” – 1857), como las tres grandes novelas de la literatura alemana, al menos, de corte realista. Las tres reunen digamos que casi tres mil páginas, cada una analizando y bosquejando comportamientos, hechos, experiencias, sueños y proyectos en la vida de cada protagonista. Si bien la novela de Goethe fue la que más influencia tuvo en el resto de autores (como casi siempre ocurre en el caso de Goethe), es, digamos, la más difícil de digerir, por cierto tipo de espiritualismo más que nada. La novela de Stifter, la segunda que leí, se dejaba llevar más por un descriptivismo realista, pero a la vez con un poso de lo más válido y reconstituyente en el sentido ético.

La novela de Keller, a medio camino de leer en estos momentos, con la que recupero aquellas lecturas tan sosegantes y llenas de contenido, no se queda atrás en interés, y con su lectura acompañamos a Enrique en sus quehaceres materiales y morales en la vida. De las tres, es más que demostrable que es la más crítica con el mundo que nos rodea, y por ello, el protagonista principal sufre de una manera más cercana al lector, al lector del siglo XXI. Así como Goethe y Stifter quizás se empantanen en conceptos que, siendo ciertos o bellos, no dejan de ser casi arcaicos en estos días (o al menos la manera de relatarlos o de hacerlos llegar al lector), Keller adopta y persigue un camino más llano, más cercano, aunque con las manías propias de la época.

Tengamos presente que la novela en su primera edición pertenece al año 1850, bebiendo del propio Goethe (“Wilhelm Meister” – 1795 –1796 -), de Moritz (“Anton Reiser” – 1785- 1790), de Novalis (y de su espectacular “Heinrich von Ofterdingen” – 1802 ), de Schlegel (“Lucinde” – 1799 ), de Tieck (“Franz Sternbald” – 1798 ), de Eichendorff (y de su maravilloso relato largo “De la vida de un tunante” – 1826). Impresionante colectivo, sólo apto para bibliotecarios de barrio obrero, aspirantes a seminaristas, parados de larga duración, profesionales en la preparación de futuras oposiciones, algunos pocos guardias de seguridad, y en general, para los pocos soñadores que queden hoy en día.

Keller publica en 1850 la primera versión como digo, y en carta al editor, 3 de Mayo, expresa lo siguiente:

“El mensaje de mi libro es que aquel que no consiga mantener en equilibrio el entorno de su propia persona y su familia, tampoco será capaz de llegar a tener una posición digna y de provecho en la vida social. En muchos casos, es posible que la culpa se encuentre en la sociedad, con lo que entonces la trama sería naturalmente la de un libro de moda de carácter socialista. Pero, en este caso, se encuentra en su mayor parte en el carácter y en las cualidades especiales del protagonista, lo que condiciona por tanto una interpretación de la novela de carácter ético”.

En esta pequeña carta se resume bien el conflicto de individuo-sociedad, de socialismo-carácter. Lo que nos interesa hoy en día, claro está, es el individuo y su carácter, y cómo éste le influye en su vida cotidiana. Las ideologías quedan en un plano que realmente ya es invisible, en una cuarta dimensión moral.

Prácticamente 30 años más tarde, en 1876 empieza a reescribir la novela, y entre 1879 y 1880 se publica la segunda versión.

Se podría decir que, aparte de otros trabajos, mayores o menores, para Keller su Enrique fue como el hijo espiritual de su vida, con el que vivió tantos años.

Keller, Gottfried

Añado a continuación una serie de parrafitos escogidos. Atención especial al último, pues siguiendo el sentido borgiano del asunto, Keller también se convierte en un perfecto predecesor de Kafka. Y no digamos que todas estas frases, escritas en algún lugar del tiempo entre 1850 y 1880, se aplican al año 2008 con una facilidad, contundencia y poder indescriptibles. No es que nadie vaya a descubrir la panacea con la lectura de esta gran novela, no hay una solución concreta y detallada, pero quizás esta se pueda encontrar por suerte, por casualidad, entre alguna de las frases, como bien lo indica Keller a continuación.

“Si hoy se les preguntara de dónde sacaron el tiempo para todo esto sin abandonar su casa y su trabajo, habría que responder que, en primer lugar, eran aún hombres sanos e ingenuos y no soñadores que han de dilapidar un tesoro de tiempo para cada acción y cada trabajo extraordinario, deshilachándolo y machacándolo todo antes de que pueda ser disfrutado, y, en segundo lugar, que las horas cotidianas de siete a diez de la noche, utilizadas con equilibrio, constituyen una cantidad de tiempo mucho más considerable de lo que cree el ciudadano de hoy, que las malgasta sentado tras un vaso de vino rodeado del humo del tabaco”.

“Lo que, en parte, había acontecido hacía siglos bajo lejanas palmeras orientales, y, en parte, había sido soñado y escrito por sagrados soñadores, en definitiva, un libro de leyendas, se trababa allí palabra por palabra como si fuera el requisito más excelso y serio de la vida, como la primera condición para ser un ciudadano, y la fe en él se regulaba con absoluta precisión. Los productos más maravillosos de la fantasía humana, ya alegres y encantadores, ya oscuros, ardientes y sangrientos, aunque siempre velados por igual por el aroma de la lejanía, debían ser contemplados como el fundamento más real y más firme de toda nuestra existencia, y, decididamente, se nos aclaraban y explicaban entonces por última vez y sin ningún tipo de broma, con el fin de poder disfrutar correctamente, en el sentido de aquellas fantasías, de un poco de vino y un poco de pan; y si esto no ocurría, si no nos sometíamos con o sin convencimiento a aquella extraña y maravillosa disciplina, entonces éramos inservibles para el Estado y tampoco podíamos tomar esposa”.

“Tan sólo cuando una cuestión le tocaba el bolsillo, solía demorar el debate con discusiones y reflexiones precisas; pues, incluso el liberalismo era para él un negocio y opinaba que con los ahorros que se podían hacer en los costes de seis empresas se podía crear por añadidura una séptima. Pretendía que el asunto de la libertad y la ilustración se llevara como si se tratara de un listo fabricante que no pretende edificar con enormes costes un edificio suntuoso y colosal en el que ocupar a los trabajadores en caso de necesidad, sino que prefiere alinear sencillos edificios humeantes, taller junto a taller, cobertizo junto a cobertizo, tal y como lo permiten la necesidad y las ganancias, ya de forma provisional, ya sólida, poco a poco, pero cada vez más deprisa, de manera que eche humo y vapores, se oiga golpear y martilletear en todas las esquinas, a la vez que cada empleado de ese alegre laberinto conoce perfectamente su sitio y su función”.

“Puesto que eres un jovencito reflexivo, te conviene también echar un vistazo a la vida de la gente, pues considero que el conocimiento de muchos casos y contextos le es más útil a los jóvenes que todas las teorías morales, ya que éstas son propias de hombres de experiencia, en cierto modo como un resarcimiento de lo que ya no se puede cambiar”.

“¡Pero por todos los diablos! – dije yo – ¿Es que acaso nuestros señores regentes han sido en alguna ocasión otra cosa que una parte del pueblo? ¿Es que no vivimos en una república?
Ciertamente, querido hijo – replicó el maestro de escuela -; sólo que sigue siendo un hecho curioso que, en especial en los últimos tiempos, una parte así del pueblo, un cuerpo representativo gracias al sencillo proceso de las elecciones, se convierta en algo curiosamente diferente, por un lado todavía pueblo, y por otro algo completamente opuesto a él, casi enemigo. Es como con una materia química que con la simple introducción de un bastoncito, incluso con el mero hecho de existir, transforma su composición de manera misteriosa. A veces, casi parece como si los antiguos gobiernos patricios pudieran mostrar y mantener mejor el carácter básico de su pueblo. ¡Pero no te dejes seducir para no tener a nuestra democracia representativa por la mejor Constitución!”.

“-¡Que no pueda o que crea no poder hacerlo es precisamente con toda probabilidad el secreto de sus condiciones de vida! La libre adquisición es una cosa para la que a alguna gente se le desarrolla el sentido muy tarde, a algunos casi nunca. Para muchos es un sencillo capricho, cuyo entendimiento les ha llegado en un santiamén, por casualidad y por suerte; para muchos es un arte que se conquista lentamente. Quien en su juventud, con la práctica, y con el modelo de su entorno, transmitido, por así decirlo, desde su casa natal, o de lo contrario, en el momento adecuado, alcance el punto justo en el que se encuentra este capricho, tiene que ser a veces hasta los cuarenta o los cincuenta años un individuo errante y mendicante, que a menudo muere como un vagabundo de verdad”.

“- ¿No oye usted cantar a ese maldito gallo? – exclamó – Es tan sólo un medio de los miles que emplean para martirizarme; usted sabe que el canto del gallo estremece todo mi sistema nervioso y me incapacita para cualquier reflexión, ¡por ello tienen gallos por todas partes a mi alrededor y los dejan cantar en cuanto obtienen de mí los despachos requeridos, para que el engranaje de mi espíritu se quede inmóvil para el resto del día! ¿Acaso no cree usted que esta casa está toda atravesada por tubos ocultos de tal forma que se oye cada palabra que decimos y se ve todo lo que hacemos?”.

(continuará)

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