Esta tercera parte va dedicada a la Ciencia. Y a las niñas que salen por la Noche. Y a los borrachos aprovechados.
¡Que no cunda el pánico!
Un conocido mío decía que la humanidad debía estarle agradecida por no haber hecho todo el mal que era capaz de hacer. Es, naturalmente, una postura, la postura de la pasividad. La postura de la actividad, dijo el Desviacionista, no vale más. Los crimenes más abyectos de la historia se han cometido siempre en nombre del Bien. ¿Dónde está, pues, la salida?, preguntó el Intelectual. En el excusado, dijo el Desviacionista. No hay salida, ya que en general no se precisa. Es un problema artificial. No hay quien pueda salir y no hay dónde. Ni hay para qué salir. Todo debe verse desde otro punto de vista. Pero no sé desde cual. Siendo todavía un chiquillo leí no sé en qué libro lo siguiente: Los hombres crean de manera insensata un proceso que nada vale, que no tiene ni sentido ni objetivo y que los arrastra por azar a la nada. Y tan sólo la impotencia de cada uno ante la ciega e implacable fuerza de todos confiere a ese proceso rasgos de majestad y grandeza. Los esfuerzos de algunas personalidades por librarse de él y conquistar la libertad les conduce al éxito sólo por el camino de la autodestrucción y por ello son estériles. Recuerdo ese pasaje, pero sólo ahora empiezo a comprenderlo. Demasiado tarde, es una pena. Pero ya es hora de dormir.
En mi ismo, como Usted ha dicho, masas enormes de hombres reciben relativamente poco, pero, en cambio, trabajan aún menos, también comparativamente, de forma que el coeficiente de recompensa es bastante elevado. Intente proponer a nuestros trabajadores que elijan entre un trabajo pesado con un salario elevado o un trabajo más fácil con menor salario que garantice, sin embargo, la satisfacción de sus necesidades elementales, y le aseguro que la mayoría preferirá esto último.
Tras el tabique, el borracho dueño de la vivienda insultaba a más y mejor a su no menos agresiva esposa. Lloraba un niño. En casa de los vecinos tronaba el televisor. Fuera se oía el estruendo de un mundo grandioso construído de acuerdo con la teoría de la construcción de un mundo así, precisamente, a base de los grandes adelantos de la quibenematiqui rehabilitada y relativista.
No son bagatelas. El estado del idioma es un índice del estado en que se encuentra la cultura espiritual de la sociedad.
¿Usted se refiere a la posibilidad de medir la grandeza de la personalidad? Pues bien, existen rasgos identificativos de la personalidad y se utilizan de uno u otro modo en los juicios reales. Por ejemplo, una personalidad relevante aspira en lo posible a no regir destinos humanos si no es preciso hacerlo. Una nulidad aspira a violentar la voluntad ajena en todas las circunstancias para demostrar que es una persona de férrea voluntad. Una gran personalidad tiende a ser sencilla y verídica. La nulidad quiere engañar y confundir para que consideren que es una persona enérgica y fuerte. Si elaboráis profesionalmente estas verdades obtendréis una teoría que os permitirá medir la personalidad. ¿Qué falta nos hace?, preguntó el Arribista. Aunque sólo sea, dijo el Charlatán, para que os convezcáis de que el Adalid era la nulidad más completa en plena consonancia con el medio que le promocionó.
La ciencia contemporánea no es una esfera de la actividad humana, cuyos participantes se dediquen únicamente a la búsqueda de la verdad. La ciencia contiene no solo, y ni siquiera tanto, cientifismo como tal, que en nada se parece a la ciencia como se la suele considerar generalmente, sino también el anticientifismo, profundamente hostil a la ciencia, pero que ofrece, sin embargo, un aspecto más científico que ella. Así es, desgraciadamente, este mundo. Todo en él está desdoblado y puesto al revés. Los principios del cientifismo y el anticientifismo son diametralmente opuestos.
La literatura dedicada a la metodología de la ciencia crece de forma amenazadora. Esto, sin embargo, no tranquiliza las mentes. La abundancia de la literatura en vez de aportar claridad, comienza a dificultar cada vez más no solo la solución de los problemas, sino incluso su formulación y comprensión elemental. Y nadie intenta liberarse de esa dificultad. Se cultiva. Los especialistas en la solución de los problemas ceden su lugar a los especialistas que estudian esos problemas, pero no los resuelven. El deseo de comprender la opinión ajena cede su puesto a una incomprensión activa, de forma que resulta imposible enunciar un pensamiento que no sea deformado por los colegas y rechazado por uno u otro motivo.
Toma, lee, dijo el Embadurnador al Charlatán, tú puedes leerlo, pues eres persona honesta. El Charlatán ojeó un pequeño cuaderno escolar. Era un diario que dejó olvidado la modelo. Es un documento terrible, dijo el Embadurnador. Te juro que todo cuanto en él se dice es verdad. El diario se componía de anotaciones del siguiente tipo: llegué al estudio de X. Es joven aún. Simpático. Sobre la mesa había vodka, salchichón, una naranja. Desnúdate, me dijo. Me desnudé. Me gustas, me dijo. Bebimos. Hicimos chi-chic. Volvimos a beber. Volvimos a hacer chic-chic. Pasadas algunas páginas, la historia con X finaliza. X es un canalla. Un roñoso. Y hace cosas que dan asco. Me fui con Z. Todavía no es viejo, aunque está calvo. Sobre la mesa había coñac, salchichón, mandarinas. Me dijo: desnúdate. Me desnudé. Tienes buena figura, me dijo. Bebimos. Hicimos chic-chic En nuestor medio, dijo el Embadurnador, todos hacen lo mismo. Combinan lo útil con lo agradable. Y las propias modelos lo consideran natural. Tú dices que es un documento terrible, dijo el Charlatán. ¿Crees que en nuestro medio es mejor? Mi jefe actual es una completa nulidad. Todos los años cambia de secretarias y ayudantes de laboratorio. Luego las coloca no sé dónde, las sitúa, las ayuda a ingresar en cualquier sitio. No a todas, pero a casi todas. Y son niñas recién salidas de la escuela.
La conciencia de un individuo contemporáneo con instrucción media se rellena a través de numerosos canales (radio, cine, revistas, libros de divulgación científica, de ciencia-ficción, etc.) con una inmensa cantidad de datos científicos. Gracias a ello se eleva sin duda el nivel cultural de la gente. Pero, al mismo tiempo, los hombres empiezan a creer en la omnipotencia de la Ciencia y la propia Ciencia adquiere rasgos sumamente alejados de su índole académica habitual. Los conocimientos científicos, al penetrar en la conciencia de los hombres, no caen en lugar vacío ni tampoco en su forma primitiva. El hombre contemporáneo posee la capacidad impuesta por la historia de elaborar ideológicamente los conocimientos recibidos y, además, necesita hacerlo. El modo como la sociedad le proporciona los conocimientos científicos hace inevitable el efecto ideológico. La ciencia, en fin de cuentas, suministra tan sólo la fraseología, las ideas y los temas. Pero no depende solo de la ciencia la forma en que será tratado ese material en la esfera de la conciencia históricamente formada de los hombres. Baste decir que la ciencia es profesional, sus resultados tienen sentido y son accesibles a la comprobación mediante un lenguaje especial únicamente. Para un consumo amplio se recurre al idioma corriente, se simplifica y explica, creando así la ilusoria claridad, aunque, por regla general, nada tiene de común con el material que se explica. Presentan los logros científicos una especie de mediadores, los teóricos de dicha ciencia, los divulgadores, los filósofos e, incluso, los periodistas. Es un grupo social enorme que posee sus propias misiones sociales, sus hábitos y tradiciones. De forma que los avances científicos penetran en las mentes de los simple mortales en forma tan profesionalmente preparada que solo cierta similitud verbal con el material inicial recuerda su origen. Y estos conocimientos se consideran de distinta manera que en su medio científico. También es distinto su papel. Así, pues, se forma en realidad una especie de dobles originales para los conceptos y postulados de la ciencia. Cierta parte de estos dobles pasan a ser durante un tiempo más o menos largo elementos de la ideología. A diferencia de los conceptos y afirmaciones de la ciencia, que tienden a ser precisos y comprobables, sus dobles ideológicos son ambiguos, polisémicos, indemostrables e irrefutables. Carecen de sentido desde el punto de vista científico. La afirmación, por ejemplo, de la física sobre la existencia en las micropartículas de propiedades ondulatorias y corpusculares al ser extorsionada de la física y elaborada ideológicamente se convierte en una expresión que emplea palabras imprecisas y polisémicas, como onda, corpúsculo, simultáneo, etc. Ahora es posible demostrar que los cuerpos físicos no pueden ser, según parece, ondas y corpúsculos al mismo tiempo y, por otra parte, que sí lo pueden ser, pero en las profundidades de la materia. Es un cuento. Pero no un cuento destinado a los niños, sino a personas adultas, instruidas, que anhelan lo misterioso y lo enigmático. Para contar esos cuentos hay que saber manipular con bastante delicadeza y habilidad las construcciones lingüísticas, tener conocimientos especiales de física, y además, adquirir ciertos hábitos en la metodología de la ciencia.
La sociedad presiona a los hombres, les obliga a respetar los dobles ideológicos de la ciencia. Por ejemplo, muchas tesis de la teoría de la relatividad, perseguida en su tiempo por herética, ahora, tras su transformación ideológica, son casi canonizadas. Todo intento de decir algo que las contradiga aparentemente se rechaza por parte de las fuerzas influyentes de la sociedad (por ejemplo, se acusa de ignorantes, reaccionarios, etc., a quienes lo intentan).