Cumbres Abismales I (Parte V) – Alexandr Zinoviev

Última entrada de extractos sobre esta gran novela.

¿Quiénes Somos?

Pueden emplearse ordenadores a fin de hallar la variante mejor, propuso el Científico. Mas esto no cambia la situación. Son los hombres quienes manejan las máquinas. Son los hombres quienes suministran el material para todas ellas. Por tanto, la esfera donde ha de resolverse nuestro pequeño problema se desplaza un tanto ahora. El problema es idéntico, pero lo decisivo será la selección y la valoración de los datos proporcionados por los ordenadores, así como el juicio de sus resultados y la toma de la decisión.

Tú, por ejemplo, simpatizas con el Amante de la Verdad. Pero tienes tus propios problemas personales. No te importan los sufrimientos de los demás. Te importan únicamente tus propios sufrimientos. Además, el éxito del Amante de la Verdad te irrita.Para tomar parte en la política se precisa un grado suficientemente elevado de incomprensión. Yo no lo tengo.

Han buscado lo que no existe, dijo el Visitante. ¿La doctrina sobre el mundo? No existe, ya que las leyes generales del mundo no son más que acuerdos sobre el sentido de las palabras. ¿La doctrina sobre la sociedad? No existe, pues las leyes generales de la sociedad no son más que reglas de conducta inventadas por los hombres. ¿La doctrina sobre el ser humano? No existe, ya que el hombre es todo cuanto se quiera, es decir, nada. El ser humano no es más que un visitante casual de este mundo. Cuando existe ya deja de existir. Ningún nexo, todo es verdadero. Y todo falso. Todo posee un profundo sentido. Y todo es insensato. Todos son inteligentes. Pero la inteligencia no proporciona la elección. La inteligencia la excluye. Tanto más la ciencia. ¡Qué extraño!, dijo el Embadurnador. Todos dicen lo contrario. Porque buscan la fórmula del ser, dijo el Visitante. Pero lo que se necesita es la fórmula del vivir.

Te contaré una parábola, dijo el Charlatán. Fui llamado al ejército aún antes de la guerra. Llegué al regimiento. Nos llevaron al comedor. En cada mesa sentaron a ocho. Nos trajeron una hogaza de pan. Un muchacho de aire inteligente se encargó de repartirlo. Lo dividió del siguiente modo. Cortó un trozo grande. Luego otro algo menor. Los restantes a como le salieron. Clavó el cuchillo en el trozo más grande y gritó: “¡Al ataque!”. Y acercó el segundo trozo a un mozo corpulento, vecino suyo, que le protegía. Para mí llegó uno de los momentos más importantes de mi vida. Bien me sometía a las leyes generales de la existencia social y procuraba agarrar el trozo mayor de los que quedaban, bien me oponía a esas leyes, es decir, no participaba en la lucha. Durante una fracción de segundo se puso en funcionamiento toda mi pasada experiencia vital. Tomé el trozo que quedó en la mesa. Esa fracción de segundo decidió toda mi vida posterior. Me obligué a apartarme de la lucha.

En vuestro país, dijo el Periodista, a pesar de todo no existe por ahora el verdadero ismo. Lo que tenéis se llama capitalismo de Estado. Sandeces, dijo el Neurasténico. Todo esto es una delirante invención de los istas de vuestro país que jamás nos visitaron. Lo que existe en nuestro país es feudalismo de Estado. No estoy de acuerdo, dijo el Embadurnador. Tenemos, más bien, esclavismo de Estado. También tú te equivocas, dijo el Charlatán. No tomáis en cuenta una circunstancia decisiva. Nuestro país es ficticio, y además, se basa en premisas que, en general, no pueden realizarse. Somos el fruto de la morbosa imaginación del Esquizofrénico. Y todos los conceptos que aquí habéis empleado no se nos pueden aplicar. La esclavitud, el feudalismo, el capitalismo, todo eso ocurre en el marco de la civilización. Y nosotros somos anticivilización. Si nos hubiésemos realizado prácticamente, habríamos recorrido en nuestro desarrollo las mismas etapas que la civilización. Sólo que con el signo contrario.

El Monumento a los Caídos, en cambio, se está haciendo con gran rapidez, dijo el Embadurnador. ¿Cómo te lo explicas?, preguntó el Neurasténico. Falta poco para la inauguración, dijo el Embadurnador. Y no pueden hacerlo sin mí. Está claro, dijo el Neurasténico. Y luego te borrarán de la lista de los autores bajo cualquier pretexto. Es muy posible, dijo el Embadurnador. Han introducido sin mí un pequeño cambio y lo andan pregonando por todas partes como si se tratara de una revisión radical del proyecto. Además, no tengo muchas ganas de figurar como autor de eso. No se trata de lo que tú quieras. Se trata de cómo se comportan ellos. En algunas situaciones cualquier acto humano tiene el mismo sentido. ¿Por qué? Porque todos ellos representan una reacción de antemano establecida. ¡Qué se vayan al diablo!, dijo el Embadurnador. Son bagatelas insignificantes. Sí, así es, en efecto, dijo el Neurasténico. De mil éxitos pequeños es imposible formar un éxito grande. Pero de mil pequeñas canalladas se forma una gran canallada.

En general, soy contrario a la violencia. Pueden conseguirse los mismos resultados sin violencia. Y hasta mejores. Basta con tener paciencia y saber esperar. Cuando a la gente se la violenta, les parece que son capaces de hacer muchas cosas. Si les concedes libertad todos comprenden muy pronto que no son capaces de nada. La capacidad de hacer algo es una mutación. Todo cuanto dices tiene aire científico, dijo el Neurasténico. ¿De dónde sacas esas ideas? En mi tiempo leí al Esquizofrénico y al Calumniador, respondió el Colaborador.

¿Usted reza?, preguntó el Visitante. Sí, dijo el Charlatán. A veces. ¿Y a quién se dirige?, preguntó el Visitante. A Dios, naturalmente, dijo el Charlatán. ¡No va a ser a los colegas! ¡No va a ser al director! ¿Y qué le dice usted a Dios?, preguntó el Visitante. Depende, dijo el Charlatán. A veces le insulto. Pero esto sucede muy raras veces. A veces le doy las gracias por lo que hay. Cuando lo paso mal, le suplico que no sea peor. Cuando mi estado es soportable, le suplico que siga siendo así. ¿Y le ayuda?, preguntó el Visitante. Sí, dijo el Charlatán. La oración cambia el sentido de nuestras apreciaciones y nos porporciona cierta serenidad. Entonces, ¿es usted creyente?, preguntó el Visitante. Temo desilusionarle en este sentido, dijo el Charlatán. Permítame que le dé una breve conferencia. El hombre puede dirigirse a un individuo concreto, a un grupo de individuos y a una organización empleando tres formas: el ruego, la gratitud y la censura. Se trata de una forma de dirigirse personificada. Pero retire de ese esquema la personificación. Imagínese que el hombre no se dirige a nadie. Pero dirigirse como forma lingüística no puede ser tan incompleta. Y el lugar vacío se rellena con una forma de personificación como tal. Y de acuerdo con la definición, uno se dirige a Dios. Todo esto, dijo el Visitante, son puros trucos lingúísticos. ¡Qué le vamos a hacer!, dijo el Charlatán. La civilización es nuestro medio. Es imposible escapar de ella. Todo está en el lenguaje y mediante el lenguaje. Hasta la religión adopta la forma de una actividad puramente lingüística.

Y tú ya sabes cómo terminó la cosa. Por las propias reglas de la carrera, el arribista más capaz resulta el más inepto desde el punto de vista de las posibilidades de prosperar. Tener cualidades equivale a no tener ninguna, es decir, a no destacar en nada. Lo positivo es la disposición a realizar actos sociales de un determinado género. Pero se trata de capacidades en un sentido totalmente distinto, es decir, de lo que es capaz de hacer el individuo (delatar, mentir, calumniar, ordenar que se mate, matar él mismo). La disposición a realizar unos u otros actos sociales no es indicio de talento en el sentido que solemos emplearlo para científicos, artirtas, políticos, deportistas, cantantes. El talento es innato, y el comportamiento social no lo es. A personas como el Adalid, el Verraco, el Pretendiente, el Troglodita y sus semejantes no se les puede aplicar el término de talentosos, ya que ellos consiguen triunfar no a costa de sus capacidades innatas, sino por ausencia de las mismas. Su disposición a comportarse canallescamente es lo que compensa la falta de sus capacidades innatas o su insignificancia.

Les parecemos un enigma, pero no porque seamos mucho más complejos que una ameba, dijo el Neurasténico. En realidad, somos más sencillos de comprender. Pero ustedes procuran comprendernos a través de un sistema de prejuicios propios, de nuestro camuflaje social y de nuestro propio deseo de ocultar ante los ojos de los demás lo que somos realmente. Tal vez, dijo el Periodista, la gente lo oculta por ignorancia. Eso no ocurre, dijo el Neurasténico. No puede ocultarse lo que no se sabe. Si lo ocultamos, significa que lo sabemos. Y sabemos que no vale la pena mostrarlo. ¿Y por qué usted habla de ello?, preguntó el Periodista. Porque quiero que seamos mejores, dijo el Neurasténico. Y para eso debemos seguir unos modelos y esforzarnos por atenernos a ellos. Y para que los hombres se dediquen a ello en gran escala (y no unos cuantos) hay que poner al desnudo lo que son en la vida real. Los hombres deben avergonzarse de su mugre ante los demás y tomar medidas para eliminarla. Pero, mientras tanto, la escondemos.

Hubo un tiempo cuando a los jodensitas le decían la verdad los locos, los epilépticos, los bufones. Y los artistas, dijo el Neurasténico. Veo en esto otro peligro, dijo el Charlatán. El hablar se ha convertido en fenñomeno de masas. Por ello no predomina en el hablar el ansia de claridad, de precisión y sinceridad, sino el afán de ahogar en un turbio torrente de palabras incoherentes todos los problemas contemporáneos de importancia vital para la sociedad. No por mala intención, sino por el afán de autoafirmación y por la falta de hábitos en el uso lógico del lenguaje. Desde el punto de vista lógico, la práctica lingüística de los hombres es un espectáculo digno del pincel de un surrealista. Los discursos de los políticos, de los procuradores, de los abogados, de los periodistas, propagandistas, científicos, etc., ofrecen modelos destacados de incoherencia e incongruencia lógica. Me resisto a creer que una actividad tendente a mejorar el lenguaje desde el punto de vista de la lógica pueda influir en la actividad lingüística de la humanidad. La voz de un hombre que invite al orden lógico es la voz del que clama en el desierto… Y dicho sea de paso, la lógica profesional, de cuyos éxitos se alardeó tanto, se ha convertido por sí misma en un típico fenómeno social de masas, debido a lo cual está muy alejada de las tareas del perfeccionamiento del lenguaje.

Pero no se puede vivir sin esperanzas ni ilusiones, dijo el Embadurnador. Lo que no se puede es seguir viviendo con esperanzas e ilusiones. Además, ya no las hay. Y no por eso viven peor los hombres. Tú, intencionadamente, lo presentas todo en forma de paradojas, dijo el Embadurnador. Por el contrario, dijo el Charlatán. Procuro extraer de formas monstruosamente paradójicas de la existencia, figuras más o menos correctas… No vale la pena que continúes, dijo el Embadurnador. También yo camino constantemente en círculos, pero creía haberme perdido. Ahora resulta que éste es el camino recto.

Los procesos sociales se aceleran ahora cada vez más, dijo el Científico. Es un tópico, dijo el Charlatán. Cuando una frase se repite siempre y en todas partes es la prueba infalible de que es absurda ideológicamente. Aunque surja, de acuerdo con todas las leyes de la ciencia, de un reactor atómico o salga a rastras de un cromosoma. Podemos señalar tan sólo su fundamento psicológico. Antes, los hombres calculaban de algún modo la llegada de los acontecimientos y éstos, en general, no les defraudaban. Llegaban en el plazo previsto. Ahora es frecuente que los hombres esperen los acontecimientos de un modo determinado, pero se producen en otro. El Arribista, por ejemplo, se casó con su joven secretaria. Es hombre de experiencia. Sabía que su mujer tomaría un amante. Pero de acuerdo con las leyes de la vieja historia, esperaba que este hecho sucediera al cabo de unos ocho años. Pero ella le puso los cuernos al cabo de ocho días. Estos errores estables en los pronósticos se califican de aceleración de los procesos sociales. Hablar de ellos ha pasado a ser indicio de cultura y progreso. Pero, ¿acaso todos los acontecimientos que se esperan ocurren antes? ¿Cuántos de ellos se producen después o no se produden en absoluto? ¿Quién calculó su correlación?

Mirad, dijo el Humorista. Ya vienen. Con los fusiles ametralladoras dispuestos a disparar se dirigían a ellos en airosa formación los soldados bien vestidos y alimentados del Destacamento Defensivo: el Troglodita, el Pensador, el Sociólogo, el Minino, el Pretendiente, el Colega, el Director, la Esposa, el Arribista, el Académico, el Instructor, el Colega, el Científico, el Pintor, el Literato, tras ellos, empujándoles y dirigiéndoles, avanzaban las hordas de los Nulok.

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