John Foxx es un músico británico, que a muy principios de los años ochenta realizó, mediante su sobresaliente trabajo, la árdua tarea de cristalizar en forma de notas secuenciadas las partículas de acero, cemento, plástico y nuevos materiales de construcción que nos rodean. La banda sonora para cualquier novela urbana de Ballard puede ser su gran “Metamatic” de 1980. John Foxx quizás no fue el primero. Siempre hay algún brasileño, egipcio, norcoreano, o granadino, que ha llegado antes que el primero. Quien sea, que se presente. Que me escriba un comentario.
De “Metamatic”, “Swimmer 1” es mi predilecta. Donde vivía antes, cerca del Parque Guell barcelonés, en una calle que debería ser reconocida como la que soporta el mayor tránsito de seres lo más parecidos a lo que se conoce como “zombie” por minuto, dispuse de una habitación durante cuatro minutos. Y de unos altavoces. El patio al que daba la ventana yacía silencioso. A la espera. Comenzó a sonar “Swimmer 1”, cada vez más alto. El edificio, bastante enfermo, se construyó, según los datos de la referencia catastral, hacia 1971. Por aquel entonces, sonaba el “Meddle” de Pink Floyd, ecos de un poderoso ser más allá de la modernidad urbanita (aquello no podía durar demasiado). Casi cuarenta años después. Aquellas piedras escucharon “Swimmer 1”. La habitación se consagró (llevaba muy pocos días durmiendo en ella). Todo calló, y las piedras siguieron escuchando. Hasta que el arrebato de una alma perdida, indocumentada, insignificante, alterada, ignorante, quiso contraatacar, poniendo a todo volúmen una jerga alemana insoportable, a voz en grito. “Swimmer 1” terminó. Dejó de existir. Lo que vino después, a lo largo de los meses, fue una lucha sin cuartel, en la que sobreviví. Homenajeé a la canción en una novela, transfigurada en la “Stahlwerk Symphonie” de “Die Krupps”, banda por cierto alemana.
John Foxx sugiere como pocos lo etéreo de lo urbano. Salir de una estación de metro, a las nueve y media de la mañana, sopla un aire otoñal, luce el sol, se oyen pequeños gritos infantiles, mamás acarreando los carritos, ancianos fumando, parados en busca del milagro. Hasta podría ser perfecto. Si no se tuviera que continuar andando, ir hacia nuestro objetivo, que bien puede ser un hospital.
El poder de las palabras. El poder de la música. Valiente lucha que cada vez parece más abocada a terminar con la victoria de la segunda.
Y dejo unos nombres por aquí. Como Max Fritz, Franz Werfel, Luis Martín Santos, Gustave Flaubert, Marcel Aymée. O personajes sin acabar como Tío, o Pipo. Esperanzas de un futuro. Suena “Swimmer 1”.