Como prometía, aquí va la primera ración de extractos. ¡Que aproveche!
Examinemos el siguiente caso: el encargado de la sección administrativa de una institución que usted conoce bien llegó a tener más importancia que el propio director. Por sus manos pasaba todo lo relativo a las viviendas, casas de campo, coches, viajes, víveres, etc Y los sobornos que admitía eran de tal índole que esos héroes de folletín resultan simples cachorritos comparados con él. ¿Cree usted que toda esa actividad suya era desconocida por todos? La conocían todos, pero hasta un cierto momento no se le concedió importancia. Una cosa es el conocimiento real y otra el formal. A los responsables les convenía, los de la base callaban, bien por temor, bien con la esperanza de recibir alguna migaja del pastel. En una palabra, cuando se rebasó la medida y surgió la amenaza del escándalo, al encargado se le destituyó. Pero ¿cómo? Fue reprendido, censurado, prevenido. Se moderaron un tanto los apetitos. El Estado lucha contra los defectos, pero no en nombre de consideraciones superiores, ideales, sino en la medida en que se ve obligado a hacerlo y sin perder de vista la conveniencia de esa acción. Así pues, obra en total acuerdo con las leyes sociales como órgano de justicia social y no como órgano de defensa de los ofendidos y humillados.
Se llegó a presentar, incluso, la candidatura de tres científicos que desde sus años mozos no habían tenido ninguna relación con la ciencia por haberse dedicado a trabajos más responsables. Uno de ellos escribió una carta secreta sobre el otro, en la cual demostraba convincentemente que él no era lo que pretendía parecer. El otro escribió una carta abierta, en la cual demostraba con no menos persuasión que él era precisamente tal como se presentaba y el otro, en cambio, era distinto a como se le consideraba. El tercero contó a todos quiénes eran en realidad los otros dos. Los dos primeros protestaron, juntamente, contra la errónea conducta del tercero cuando los tres estuvieron allá. Quedó elegido un cuarto, quien, en general, no fue propuesto, pero ayudó en cierto sentido a una persona bien conocida por el Suplente y también un quinto candidato quien era justamente esa persona; su nombre quedó en el anonimato por consideraciones superiores. Eligieron asimismo a un Suplente (el Jefe salió elegido en las elecciones pasadas, pero lo proponían cada vez como testimonio de amor y respeto), a cinco Ayudantes, treinta y seis Suplentes del Ayudante, una docena aproximada de Colaboradores y Consejeros diversos. A estos últimos se les envió de inmediato al extranjero en comisión de servicio.
¿Son libres o no los cadetes de la Escuela de ir o no de mujeres y de beber? Por ahora no puede responderse a esa pregunta. Hay que delimitar, primero, el concepto de los grados de libertad y señalar el modo de medirlos. En particular, el grado de libertad puede determinarse como una magnitud que caracteriza la actitud de personas-actos libres frente al número general de personas-actos libres. Será una magnitud comprendida entre cero y uno. El grado de libertad será igual a cero si todos los individuos de esa multitud carecen de libertad para actos de ese tipo e igual a uno si todos los individuos de esa multitud tienen libertad para realizar actos de ese tipo. Los restantes casos se distribuyen entre esos dos extremos. Este esquema simplifica aún demasiado la situación real, ya que todas las personas-actos se toman como indicativos por igual y su número es bastante elevado. La realidad no es así, sin embargo. En la realidad los hombres tienen diverso valor y magnitud en la vida social. A veces la libertad de publicar las propias obras nada significa para miles de personas, pero para una sola la imposibilidad de publicar su obra equivale a la no existencia de la libertad de prensa. A veces los hombres no intentan, en general, realizar actos de un determinado tipo, aunque oficialmente no están prohibidos o bien lo intentan tan raras veces que resulta imposible determinar si existe realmente o no la libertad de hacerlo, ya que en general es imposible medir el grado de libertad. Supongamos, sin embargo, que existe un modo de medir el grado de libertad y las condiciones para su aplicación. Una vez hecha esta suposición habrá que ponerse de acuerdo sobre qué magnitud es suficiente para reconocer que la libertad existe si la magnitud de su grado es más de la mitad. Así pues, es muy posible que haya un grupo de personas con un alto grado de libertad con relación a ciertos actos, mientras que un Jodanov cualquiera carece de ella. A lo dicho se puede añadir que suelen existir diversos grados de libertad con relación a diversos actos. No he mencionado, ni mucho menos, todos los aspectos del problema. Mas de lo dicho resulta evidente que todo cuanto se diga en general sobre ese tema sin una terminología claramente definida y con hechos rigurosamente establecidos carece de sentido. Dos países dados, A y B. Tanto en uno como en otro están permitidos los viajes turísticos al extranjero. Supongamos que os interese saber si existe en esos países una libertad real o no para salir fuera. Disponéis de los siguientes datos. En el país A se han presentado cien solicitudes: un 99 por 100 obtuvieron el visado de salida, pero a uno no le dejaron salir; en el país B, durante ese mismo período de tiempo se presentaron cinco mil solicitudes, de las cuales cuatro mil quinientos recibieron el visado de salida, pero a quinientos les fue denegado. ¿Qué país de los mencionados goza de mayor libertad en ese sentido? Se armó un griterío feroz. Ante todo se puso de manifiesto que más de la mitad de los participantes en la discusión jamás habían oído hablar de viajes turísticos al extranjero ni de visados de salida. Sus posiciones quedaron claramente fijadas en su forma de expresarse: Ya no saben qué pedir, están ya hartos de todo, no les vendría mal trabajar una temporadita en el koljós, también podía traer a colación la luna, eso a nosotros no nos importa, etc. El Alarmista resumió: la discusión terminó, la verdad la diñó en el debate.
Hago diferencia, escribía el Esquizofrénico, entre lo social y lo oficial. Lo oficial es la forma histórica en la cual se realiza el reconocimiento de lo social. Lo oficial es antípoda de lo social, que surge sobre su base y está indisolublemente ligado a él. Lo oficial es el doble de lo social. Son enemigos irreconciliables y amigos inseparables. En realidad son una y misma cosa, pero se manifiestan en forma diferente. Lo oficial no coincide con el Estado, ni con el derecho, ni con la moral, ni con la ideología, etc. Para entender lo oficial, la sociedad debe enfocarse desde un punto de vista distinto. Lo antisocial es lo que limita las leyes sociales, las obstaculiza y, en general, tiende a liquidar su poder. Lo antioficial es lo hostil a lo oficial en tanto que reconoce lo social. Las funciones antisociales corren a cargo del Estado, la moral, la religión, etc.; estas instituciones, sin embargo, pueden cumplir también funciones antioficiales y estar asimismo al servicio de lo social y lo oficial. La manifestación extrema de lo social es el amoralismo total; la manifestación extrema de lo antisocial es la conciencia moral; la manifestación extrema de lo oficial es el burocratismo formal; la manifestación extrema de lo antioficial es la criminalidad. Esta exposición, naturalmente, es muy esquemática.
Desde el punto de vista social N es un demagogo, un imbécil, un arribista, pero desde el punto de vista oficial es un buen orador, un científico serio y excelente dirigente.
El individuo social aspira a mejorar su posición social. Desde ese punto de vista todos los individuos son arribistas, acaparadores, ambiciosos, pero no todos consiguen obtener lo que desean y la mayoría comprende desde el principio que sus esfuerzos son vanos y esto se considera como una virtud. Tan sólo unos cuantos de los que podrían participar con éxito en la lucha social hallan en sí mismos fuerzas para elegir conscientemente otro camino. Sin embargo, también en este camino esperan obtener algún que otro éxito.
Hay que diferenciar la importancia real y nominal del individuo en la sociedad. La real incluye las características sociales del individuo y la nominal es la peculiar manera de expresarlas para alguna que otra ocasión de la vida oficial. Su correlación puede ilustrarse en el ejemplo de la correlación entre las cualidades reales del individuo y el atestado que recibe cuando solicita algún trabajo, cuando se le propone a un premio o tiene que arreglar los documentos para salir al extranjero. A X, por ejemplo, se le tiene por arribista, mujeriego, lerdo, aprovechado, etc. Las personas interesadas conocen esa característica real de X, pero su característica nominal puede ser la siguiente: moralmente estable, especialista altamente cualificado, tiene discípulos. Las personas que dan esta característica nominal de X no mienten: hacen algo distinto. Valiéndose del sistema aceptado en dicho medio, expresan tan sólo que X les conviene, que sirve para tal o cual trabajo. Y nada más. Si se describen las cualidades reales de X en una característica nominal, ésta no se consideraría como apreciación objetiva de su persona, sino como un testimonio de que X cometió una falta, que le destituyen del puesto, que se considera que no sirve, etc. Pero cuando X comete, en realidad, alguna falta, dirán que desconocían su verdadera naturaleza, que se equivocaron, pero es entonces cuando mienten, porque la verdadera personalidad del individuo social es generalmente conocida, de forma exhaustiva y exacta, por la gente de su entorno.
Hemos de empezar por algo; si todos mostramos la misma indiferencia que ustedes, los jóvenes, no conseguiremos nada. Tiene usted razón, dijo el Charlatán, pero la acción ha de superar cierto umbral, sin lo cual resulta absurda. En eso no estoy de acuerdo con Usted, dijo el Esquizofrénico. Las acciones absurdas, según Usted, tienen sentido como entrenamiento, como acumulación de experiencias para la acción.
Hace ya muchos años que cada otoño empezaba para el Calumniador comprando impresos para anuncios que llenaba con el siguiente texto: jodensita solo, científico, busca habitación aislada en casa tranquila. Las personas que alquilaban habitaciones sabían por experiencia que un inquilino así era el más ventajoso desde todos los puntos de vista y días después el Calumniador encontraba una habitación que satisfacía sus necesidades supermodestas. El Calumniador, que durante esos años estudió el sistema no oficial de alquiler de habitaciones, sentíase terriblemente impresionado por las siguientes circunstancias. Los inquilinos pagaban por las habitaciones (y viviendas) sumas exorbitantes. El número de los que alquilaban era enorme. Como resultado de ello, cientos de millones de rublos literalmente se redistribuían en la sociedad, dejando al margen el sistema financiero estatal. El Calumniador, después de unos sencillos cálculos, estableció que varias decenas de hoteles modestos con tarifas algo elevadas se amortizarían en algunos años, proporcionando enormes beneficios al Estado y aliviarían la existencia de la gente. Habló de ello junto al Quiosco. El Miembro se exaltó grandemente. El Charlatán, como siempre, no tardó en destruir las esperanzas y sembrar la desilusión. Primero, dijo, ¿a quién y cómo alquilarían las habitaciones? ¿Al que las quisiera? Eso en nuestro país no puede ocurrir. Alquilarán las habitaciones a personas que ya tienen asegurado el hotel, a los que están en comisión de servicio, y a los que sobornan. Las personas que intenten alquilar particularmente una habitación no lo podrán hacer en la mayoría de los casos. Por ejemplo, suponed que un hombre se divorcia de su mujer y tiene suficientes metros de casa, ¿por qué entonces van a poner un hotel a su disposición? Divorciense y repartan su vivienda. Y la gente que alquila habitación seguirá haciéndolo. Segundo, ese sistema de hoteles está en contradicción con el principio que afianza a un individuo al lugar que habita (el régimen de identidad, por decirlo de algún modo) y el principio de la dependencia de la vivienda de la posición social del individuo. Ese sistema de hoteles aumentaría el grado de independencia (mejor dicho, debilitaría el grado de dependencia, ya que resulta cómico hablar en este caso de independencia) del individuo en relación con la sociedad, cosa que contradice las leyes sociales de esa sociedad. Finalmente, aun suponiendo que su proyecto se realice, no se obtendría de hecho ningún beneficio económico. En sus cálculos no toma usted en cuenta los factores sociales. Si en nuestro país se dice que la construcción de una casa costó un millón, considere que se han despilfarrado por lo menos dos. Luego, la plantilla. Multiplique sus cifras por tres. Las reparaciones, y habrá que reparar aún antes de ponerlo en explotación. Multiplique por tres, o mejor dicho, por cinco las cifras de amortización. Y, por fin, el sistema de dirección. Esos conjuntos de hoteles darán lugar a un tal sistema de dirigentes, contables, oficinas, etc., que de los superbeneficios que usted calculó no quedará ni un kopek.
Siendo estudiante, dijo el Charlatán, a fin de ganar algo de dinero, me coloqué de ayudante de laboratorio en una fábrica de ladrillos, que parecía más bien un museo anterior a la época de Pedro el Grande que una fábrica moderna. Debido a las crecientes necesidades en materiales de construcción se decidió modernizar radicalmente el método de fabricación de ladrillos. Se creó un laboratorio especial, constituido por cinco doctores, quince candidatos, cincuenta futuros candidatos y unos doscientos ayudantes. Para dirigirlo designaron a un miembro correspondiente de la Academia. La misión de los ayudantes consistía en meter multitud de modernísimos aparatos en toda clase de agujeros de los hornos antiguos y anotar el resultado de sus mediciones en gruesos cuadernos. Los científicos estudiaban los cuadernos y buscaban la fórmula. Debo confesaros que el trabajo resultaba pesadísimo: debía examinar diez veces al día todos los aparatos y anotar los resultados. No tenía ni un minuto libre. Me disponía ya a largarme cuando se me ocurrió una idea. Me dije, por qué voy a largarme, el horno sigue siendo el mismo y también el barro; los aparatos son idénticos. El método de trabajo tiene siglos de existencia y es totalmente imposible extraer algo nuevo de él. Si fuera posible, nuestros abuelos y bisabuelos lo habrían hecho por sí mismos. Por consiguiente, pensé, las indicaciones de los aparatos serán casi siempre idénticas. Miré lo anotado en los cuadernos durante los días pasados y deduje los índices medios y variaciones posibles. A partir de entonces, en cuanto llegaba a mi guardia, llenaba en media hora de anotaciones los cuadernos por un día anticipado y me tumbaba a dormir o me ponía a estudiar. Un par de días más tarde, mi método fue conocido y aceptado por todos los ayudantes. Trabajamos de esta guisa casi todo un año; los cuadernos con nuestras anotaciones eran llevados en coches especiales al laboratorio donde se estudiaban concienzudamente. Por fin hallaron la fórmula y en consonancia con ella montaron los cimientos del horno experimental; de las ocho horas empleadas para la cocción, según el antiguo método, decidieron hacerlo en cuatro, aumentando la temperatura en 1.375 veecs y reduciendo la humedad en 1.578 veces. Las cifras eran aún más exactas, pero ya no las recuerdo. Cuatro horas después, abrieron los hornos y sacaron las carretillas con los ladrillos. Es imposible describir con palabras lo que ocurrió a continuación. Todos los ladrillos estallaron, pero cada uno a su modo. Ni un solo par era igual por su configuración y ¡qué configuraciones, Dios mío! Imposible ver nada semejante en ningún museo de arte moderno Un día que no tenía nada que hacer decidí ojear los documentos del matemático despedido. Y, literalmente, se me salieron los ojos de las órbitas. El matemático en cuestión había descubierto una verdad trivial: los cálculos a ese nivel estaban de más y no influían para nada en las operaciones siguientes. Escribía lo que le daba la gana. Informé de ello al Consejo Científico. Estuvieron a punto de comerme. Me llamaron ignorante, reaccionario y conservador.