Hace cosa de dos años, escribí en este mismo espacio, un completo informe sobre la incomensurable obra de Alexandr Zinoviev, “Cumbres Abismales” (1974).
Esta vez me dedico, mucho más brevemente, a comentar otra obra de literatura soviética, escrita en 1971 en su caso. Ambas obras muy cercanas en el tiempo, en una época muy concreta de la historia de este desaparecido tipo de literatura.
La novela que ha caído en mis manos, Pered Zerkalom (“Before the Mirror”, “Ante el Espejo”), fue traducida por Arnaldo Azzati, importante traductor exiliado republicano en la URSS hasta los años setenta. Editada por Planeta en España en el mismo 1972, por Mezhdunarodnaia Kniga allá.
- Como con Zinoviev, se precisa de sosiego, paciencia, e interés. Por momentos, la novela se hace un poco farragosa. Pero, ojo, vale la pena. Lo de farragoso quizás sea injusto, aunque realista, para el moderno lector.
- La novela describe un amor a lo largo de veintidos años, (1910-1932) a través de una relación epistolar, entre una jovencita pintora, y su amado matemático. Él, Kostia, Kostantin, representa el ideal intelectual soviético. Entregado a la causa, ajeno a la idea del triunfo, de la casualidad, cercano a la realidad, a lo certero, a través de sus estudios de matemáticas. Ella, Lisa, Elizaveta, representa el ideal del arte puro, sin mácula. La creadora más allá del bien y del mal.
- Me da la sensación de que hay que ser ruso, haber nacido allí, en Rusia, o en alguna de las antiguas repúblicas soviéticas, para entender mucho mejor, si no la intención de Kaverin, sí las particularidades del mundo que crea a partir de unas escuetas cartas. Pero se intuye que él también se ve más cercano a los ideales citados que a la realidad circundante de su época (Brezhnev).
- A estas alturas, la idealización que transpira la novela respecto a París, Estambul, Córcega, no es precisamente el punto fuerte del argumento. Las dificultades que tiene la pareja para poder viajar al extranjero (o bien para volver a la madre patria) hoy en día han quedado superadas, pero gracias a ellas, o por su culpa, se desarrolla la historia de estas dos personas. Ella huye del país, pobre, emigrante, con el ideal de acudir a París. Él, se queda, levantando el país, inaugurando por todo él un sinfín de institutos y centros culturales.
- Lisa, bella, inteligente, y vaso comunicante de la vida hacia el arte, debe pasar por su propio proceso de formación. Kaverin recurre una y otra vez a escuetas explicaciones pictóricas, a nombres que todavía significan algo en la sabiduría popular (Chagall, Matisse, Toulouse-Lautrec, Picasso), y a diversas fuentes de inspiración (ópera, teatro, música clásica), de raices rusas, prácticamente desconocidas por un servidor (algo mejor me he defendido con las referencias literarias -Alexei Tolstoi, por ejemplo-). Ella por conseguir su ideal de pintura, abandona el mundo carnal, y de esta manera, su relación con Kostia es subestimada en sus primeros años, aunque no deja de ser el principal motor de su vida en los subsiguientes años de lucha contra la pobreza material existente en el todo el continente europeo.
- Él, quizás acostumbrado al machismo imperante de la época, no se encapricha con Lisa, si sabe que hay más sueltas a su alcance, pero con el tiempo, se dará cuenta de que ella es la que vale la pena, por la que intenta luchar. El papel de Kostia en la novela es secundario, de todas maneras.
- Lo que nos interesa es la evolución de Lisa. Su aprendizaje. Recuerdo en estos momentos la novela de Keller, “Enrique el Verde”, tan parecida a esta en algunos aspectos. Pero me temo que lo que es “bildungsroman” en 1972 y lo que era hacia 1860 no tiene mucho que ver, aunque el objeto, el ansiado ideal siga siendo el mismo. Lo que cambian son las maneras de contar. Kaverin triunfa, sobre todo por su logradísimo final, con la estructura que elige. Nada se sabe de los personajes una vez se acaban las cartas con las que cuenta el autor (y el lector). Las lecturas pueden ser bastante variadas, pero lo más importante es que,
Lisa cumple su sueño. Empieza a pintar ella los cuadros, y no al revés. Eso sí, después de haber sido humillada por cientos de lienzos que se han reido de ella. Esta es la lección de la novela. Que seguirá sirviendo también en el futuro.
Ahora, hay que distinguir las aproximaciones de Keller y de Kaverin. El primero lo confía todo en el destino. La casualidad hará que Enrique triunfe como pintor (y una casualidad, o destino, bastante llamativo para la oscura época cultural que vivimos). El segundo hace que Lisa alcance su ideal (no se sabe si para morir, o para volver por fin a su patria) mediante una pasión humilde, y sobre todo, austera. Practicamente nadie la ayuda, es más, es traicionada por los supuestos mecenas del arte. Estas dos visiones, el idealismo alemán, el materialismo soviético, son en sí mismas, la base de los problemas de cualquier artista de cualquier época. En la primera, la suerte, el destino, son los que prefiguran el éxito (pero que nadie se confunda ahora con lo que son enchufismos, engaños, mentiras, o exclusiones, -importantes ingredientes del jugo gástrico del estómago más mediterráneo). En la segunda, más corrompida, menos pura, evidentemente, el éxito se alcanza sólo a costa de una lucha cotidiana contra los elementos, que parecen invencibles, como el sol, o la lluvia (cuando llueve). Pero no lo son tanto, una vez se alcanza una especie de nirvana materialista. Porque al final poco importa que llueva, nieve, o uno se ase de calor.
Habría que suponer que ambas tendencias son válidas, y que una conjunción de ambas significa el equilibrio ideal.
En fin, gracias, Kaverin.