Archive for July, 2009

Cumbres Abismales I (Parte V) – Alexandr Zinoviev

Monday, July 13th, 2009

Última entrada de extractos sobre esta gran novela.

¿Quiénes Somos?

Pueden emplearse ordenadores a fin de hallar la variante mejor, propuso el Científico. Mas esto no cambia la situación. Son los hombres quienes manejan las máquinas. Son los hombres quienes suministran el material para todas ellas. Por tanto, la esfera donde ha de resolverse nuestro pequeño problema se desplaza un tanto ahora. El problema es idéntico, pero lo decisivo será la selección y la valoración de los datos proporcionados por los ordenadores, así como el juicio de sus resultados y la toma de la decisión.

Tú, por ejemplo, simpatizas con el Amante de la Verdad. Pero tienes tus propios problemas personales. No te importan los sufrimientos de los demás. Te importan únicamente tus propios sufrimientos. Además, el éxito del Amante de la Verdad te irrita.Para tomar parte en la política se precisa un grado suficientemente elevado de incomprensión. Yo no lo tengo.

Han buscado lo que no existe, dijo el Visitante. ¿La doctrina sobre el mundo? No existe, ya que las leyes generales del mundo no son más que acuerdos sobre el sentido de las palabras. ¿La doctrina sobre la sociedad? No existe, pues las leyes generales de la sociedad no son más que reglas de conducta inventadas por los hombres. ¿La doctrina sobre el ser humano? No existe, ya que el hombre es todo cuanto se quiera, es decir, nada. El ser humano no es más que un visitante casual de este mundo. Cuando existe ya deja de existir. Ningún nexo, todo es verdadero. Y todo falso. Todo posee un profundo sentido. Y todo es insensato. Todos son inteligentes. Pero la inteligencia no proporciona la elección. La inteligencia la excluye. Tanto más la ciencia. ¡Qué extraño!, dijo el Embadurnador. Todos dicen lo contrario. Porque buscan la fórmula del ser, dijo el Visitante. Pero lo que se necesita es la fórmula del vivir.

Te contaré una parábola, dijo el Charlatán. Fui llamado al ejército aún antes de la guerra. Llegué al regimiento. Nos llevaron al comedor. En cada mesa sentaron a ocho. Nos trajeron una hogaza de pan. Un muchacho de aire inteligente se encargó de repartirlo. Lo dividió del siguiente modo. Cortó un trozo grande. Luego otro algo menor. Los restantes a como le salieron. Clavó el cuchillo en el trozo más grande y gritó: “¡Al ataque!”. Y acercó el segundo trozo a un mozo corpulento, vecino suyo, que le protegía. Para mí llegó uno de los momentos más importantes de mi vida. Bien me sometía a las leyes generales de la existencia social y procuraba agarrar el trozo mayor de los que quedaban, bien me oponía a esas leyes, es decir, no participaba en la lucha. Durante una fracción de segundo se puso en funcionamiento toda mi pasada experiencia vital. Tomé el trozo que quedó en la mesa. Esa fracción de segundo decidió toda mi vida posterior. Me obligué a apartarme de la lucha.

En vuestro país, dijo el Periodista, a pesar de todo no existe por ahora el verdadero ismo. Lo que tenéis se llama capitalismo de Estado. Sandeces, dijo el Neurasténico. Todo esto es una delirante invención de los istas de vuestro país que jamás nos visitaron. Lo que existe en nuestro país es feudalismo de Estado. No estoy de acuerdo, dijo el Embadurnador. Tenemos, más bien, esclavismo de Estado. También tú te equivocas, dijo el Charlatán. No tomáis en cuenta una circunstancia decisiva. Nuestro país es ficticio, y además, se basa en premisas que, en general, no pueden realizarse. Somos el fruto de la morbosa imaginación del Esquizofrénico. Y todos los conceptos que aquí habéis empleado no se nos pueden aplicar. La esclavitud, el feudalismo, el capitalismo, todo eso ocurre en el marco de la civilización. Y nosotros somos anticivilización. Si nos hubiésemos realizado prácticamente, habríamos recorrido en nuestro desarrollo las mismas etapas que la civilización. Sólo que con el signo contrario.

El Monumento a los Caídos, en cambio, se está haciendo con gran rapidez, dijo el Embadurnador. ¿Cómo te lo explicas?, preguntó el Neurasténico. Falta poco para la inauguración, dijo el Embadurnador. Y no pueden hacerlo sin mí. Está claro, dijo el Neurasténico. Y luego te borrarán de la lista de los autores bajo cualquier pretexto. Es muy posible, dijo el Embadurnador. Han introducido sin mí un pequeño cambio y lo andan pregonando por todas partes como si se tratara de una revisión radical del proyecto. Además, no tengo muchas ganas de figurar como autor de eso. No se trata de lo que tú quieras. Se trata de cómo se comportan ellos. En algunas situaciones cualquier acto humano tiene el mismo sentido. ¿Por qué? Porque todos ellos representan una reacción de antemano establecida. ¡Qué se vayan al diablo!, dijo el Embadurnador. Son bagatelas insignificantes. Sí, así es, en efecto, dijo el Neurasténico. De mil éxitos pequeños es imposible formar un éxito grande. Pero de mil pequeñas canalladas se forma una gran canallada.

En general, soy contrario a la violencia. Pueden conseguirse los mismos resultados sin violencia. Y hasta mejores. Basta con tener paciencia y saber esperar. Cuando a la gente se la violenta, les parece que son capaces de hacer muchas cosas. Si les concedes libertad todos comprenden muy pronto que no son capaces de nada. La capacidad de hacer algo es una mutación. Todo cuanto dices tiene aire científico, dijo el Neurasténico. ¿De dónde sacas esas ideas? En mi tiempo leí al Esquizofrénico y al Calumniador, respondió el Colaborador.

¿Usted reza?, preguntó el Visitante. Sí, dijo el Charlatán. A veces. ¿Y a quién se dirige?, preguntó el Visitante. A Dios, naturalmente, dijo el Charlatán. ¡No va a ser a los colegas! ¡No va a ser al director! ¿Y qué le dice usted a Dios?, preguntó el Visitante. Depende, dijo el Charlatán. A veces le insulto. Pero esto sucede muy raras veces. A veces le doy las gracias por lo que hay. Cuando lo paso mal, le suplico que no sea peor. Cuando mi estado es soportable, le suplico que siga siendo así. ¿Y le ayuda?, preguntó el Visitante. Sí, dijo el Charlatán. La oración cambia el sentido de nuestras apreciaciones y nos porporciona cierta serenidad. Entonces, ¿es usted creyente?, preguntó el Visitante. Temo desilusionarle en este sentido, dijo el Charlatán. Permítame que le dé una breve conferencia. El hombre puede dirigirse a un individuo concreto, a un grupo de individuos y a una organización empleando tres formas: el ruego, la gratitud y la censura. Se trata de una forma de dirigirse personificada. Pero retire de ese esquema la personificación. Imagínese que el hombre no se dirige a nadie. Pero dirigirse como forma lingüística no puede ser tan incompleta. Y el lugar vacío se rellena con una forma de personificación como tal. Y de acuerdo con la definición, uno se dirige a Dios. Todo esto, dijo el Visitante, son puros trucos lingúísticos. ¡Qué le vamos a hacer!, dijo el Charlatán. La civilización es nuestro medio. Es imposible escapar de ella. Todo está en el lenguaje y mediante el lenguaje. Hasta la religión adopta la forma de una actividad puramente lingüística.

Y tú ya sabes cómo terminó la cosa. Por las propias reglas de la carrera, el arribista más capaz resulta el más inepto desde el punto de vista de las posibilidades de prosperar. Tener cualidades equivale a no tener ninguna, es decir, a no destacar en nada. Lo positivo es la disposición a realizar actos sociales de un determinado género. Pero se trata de capacidades en un sentido totalmente distinto, es decir, de lo que es capaz de hacer el individuo (delatar, mentir, calumniar, ordenar que se mate, matar él mismo). La disposición a realizar unos u otros actos sociales no es indicio de talento en el sentido que solemos emplearlo para científicos, artirtas, políticos, deportistas, cantantes. El talento es innato, y el comportamiento social no lo es. A personas como el Adalid, el Verraco, el Pretendiente, el Troglodita y sus semejantes no se les puede aplicar el término de talentosos, ya que ellos consiguen triunfar no a costa de sus capacidades innatas, sino por ausencia de las mismas. Su disposición a comportarse canallescamente es lo que compensa la falta de sus capacidades innatas o su insignificancia.

Les parecemos un enigma, pero no porque seamos mucho más complejos que una ameba, dijo el Neurasténico. En realidad, somos más sencillos de comprender. Pero ustedes procuran comprendernos a través de un sistema de prejuicios propios, de nuestro camuflaje social y de nuestro propio deseo de ocultar ante los ojos de los demás lo que somos realmente. Tal vez, dijo el Periodista, la gente lo oculta por ignorancia. Eso no ocurre, dijo el Neurasténico. No puede ocultarse lo que no se sabe. Si lo ocultamos, significa que lo sabemos. Y sabemos que no vale la pena mostrarlo. ¿Y por qué usted habla de ello?, preguntó el Periodista. Porque quiero que seamos mejores, dijo el Neurasténico. Y para eso debemos seguir unos modelos y esforzarnos por atenernos a ellos. Y para que los hombres se dediquen a ello en gran escala (y no unos cuantos) hay que poner al desnudo lo que son en la vida real. Los hombres deben avergonzarse de su mugre ante los demás y tomar medidas para eliminarla. Pero, mientras tanto, la escondemos.

Hubo un tiempo cuando a los jodensitas le decían la verdad los locos, los epilépticos, los bufones. Y los artistas, dijo el Neurasténico. Veo en esto otro peligro, dijo el Charlatán. El hablar se ha convertido en fenñomeno de masas. Por ello no predomina en el hablar el ansia de claridad, de precisión y sinceridad, sino el afán de ahogar en un turbio torrente de palabras incoherentes todos los problemas contemporáneos de importancia vital para la sociedad. No por mala intención, sino por el afán de autoafirmación y por la falta de hábitos en el uso lógico del lenguaje. Desde el punto de vista lógico, la práctica lingüística de los hombres es un espectáculo digno del pincel de un surrealista. Los discursos de los políticos, de los procuradores, de los abogados, de los periodistas, propagandistas, científicos, etc., ofrecen modelos destacados de incoherencia e incongruencia lógica. Me resisto a creer que una actividad tendente a mejorar el lenguaje desde el punto de vista de la lógica pueda influir en la actividad lingüística de la humanidad. La voz de un hombre que invite al orden lógico es la voz del que clama en el desierto… Y dicho sea de paso, la lógica profesional, de cuyos éxitos se alardeó tanto, se ha convertido por sí misma en un típico fenómeno social de masas, debido a lo cual está muy alejada de las tareas del perfeccionamiento del lenguaje.

Pero no se puede vivir sin esperanzas ni ilusiones, dijo el Embadurnador. Lo que no se puede es seguir viviendo con esperanzas e ilusiones. Además, ya no las hay. Y no por eso viven peor los hombres. Tú, intencionadamente, lo presentas todo en forma de paradojas, dijo el Embadurnador. Por el contrario, dijo el Charlatán. Procuro extraer de formas monstruosamente paradójicas de la existencia, figuras más o menos correctas… No vale la pena que continúes, dijo el Embadurnador. También yo camino constantemente en círculos, pero creía haberme perdido. Ahora resulta que éste es el camino recto.

Los procesos sociales se aceleran ahora cada vez más, dijo el Científico. Es un tópico, dijo el Charlatán. Cuando una frase se repite siempre y en todas partes es la prueba infalible de que es absurda ideológicamente. Aunque surja, de acuerdo con todas las leyes de la ciencia, de un reactor atómico o salga a rastras de un cromosoma. Podemos señalar tan sólo su fundamento psicológico. Antes, los hombres calculaban de algún modo la llegada de los acontecimientos y éstos, en general, no les defraudaban. Llegaban en el plazo previsto. Ahora es frecuente que los hombres esperen los acontecimientos de un modo determinado, pero se producen en otro. El Arribista, por ejemplo, se casó con su joven secretaria. Es hombre de experiencia. Sabía que su mujer tomaría un amante. Pero de acuerdo con las leyes de la vieja historia, esperaba que este hecho sucediera al cabo de unos ocho años. Pero ella le puso los cuernos al cabo de ocho días. Estos errores estables en los pronósticos se califican de aceleración de los procesos sociales. Hablar de ellos ha pasado a ser indicio de cultura y progreso. Pero, ¿acaso todos los acontecimientos que se esperan ocurren antes? ¿Cuántos de ellos se producen después o no se produden en absoluto? ¿Quién calculó su correlación?

Mirad, dijo el Humorista. Ya vienen. Con los fusiles ametralladoras dispuestos a disparar se dirigían a ellos en airosa formación los soldados bien vestidos y alimentados del Destacamento Defensivo: el Troglodita, el Pensador, el Sociólogo, el Minino, el Pretendiente, el Colega, el Director, la Esposa, el Arribista, el Académico, el Instructor, el Colega, el Científico, el Pintor, el Literato, tras ellos, empujándoles y dirigiéndoles, avanzaban las hordas de los Nulok.

Cumbres Abismales I (Parte IV) – Alexandr Zinoviev

Tuesday, July 7th, 2009

Cuarta entrada dedicada a Zinoviev.

Confieso que mientras estoy en ello, he estado leyendo a Gorki… ¡Ay! ¡Qué bien escribe!… ¡y cuán bien conoce el alma humana!… y sin embargo, sabía tan poco del futuro… Ironías de la vida, contra las que nadie puede luchar. Ni siquiera los revolucionarios; ni los jueces que viven rodeados de cámaras entrantes y salientes.

Y ese periódico mural titulado “El Pensador Jodensita” seguiría y seguiría publicándose en el Instituto de no haber comenzado a soplar nuevos vientos que llegaron al quinto piso donde se ubicaba el Instituto. Y como llegaron a pesar de todo, aunque el ascensor desde tiempos inmemoriales se hallaba en reparación, condenando a los empleados obesos y embrutecidos por el ocio a las nuevas enfermedades llegadas desde el Occidente: el infarto, el cáncer, el derrame, la dispepsia, la paranoia, etc. Y fue entonces cuando los liberales, los demagogos, los voceras y los jovenes gamberros del Instituto después de comprobar y requetecomprobar los materiales en todas las instancias superiores, se convencieron del acierto de sus planteamientos y publicaron el número fatal del periódico.

Para Dostoievski es el tema de la responsabilidad personal por los crímenes de masas y para el Embadurnador es el de la irresponsabilidad de las masas por los crímenes individuales. Para Dostoievski el crimen es la desviación ficticia de una cierta normalidad natural y el castigo es la normalidad. Para el Embadurnador el crimen es la normalidad natural y el castigo la desviación ficticia de una cierta normalidad criminal.

La secretaria de un jefe no muy importante, pero tampoco pequeño, sacó el sello, sopló encima y alzó la mano en el último y culminante movimiento. Todos los papeles estaban reunidos y debidamente firmados. Todos los sellos estaban puestos a excepción de este último papel ya firmado por el jefe, no muy importante, pero tampoco pequeño, que la secretaria se disponía a estampar. ¡Gracias a Dios!, pensó el Embadurnador, ¡que ya se acaba ese papeleo! Ahora, a trabajar… Pero… la secretaria no estampó el sello. Dejó caer lentamente la mano con el tampón, lo retiró cuidadosamente de la mesa y cerró el cajón con llave. Espere un minuto, que voy a llamar por teléfono a… Y dio un nombre que nada significaba. Aquí tengo al Embadurnador, dijo la secretaria en el auricular, y él… Habló media hora por teléfono. Media hora estuvo el Embadurnador con la mano extendida en espera del último papelito casi sellado. Llame dentro de unos días, dijo la secretaria depositando el auricular, después de haber dicho “bueno”. Y guardó el papelito en un cajón de la mesa.

Mas considero un deber constatar el siguiente hecho. Si incluso por ciertos motivos el aparato de imposición ideológica dejara de funcionar (a causa, por ejemplo, de una destrucción material), algunos elementos de la doctrina ideológica oficial conservarían su importancia como elementos voluntarios de una u otra ideología (oficial o no oficial). Nos enfrentamos a una ideología grandiosa pese a todo. Si eso no fuera así, no habría ningún problema. Y, a propósito, el desprecio y el desdén generales por la ideología oficial no la priva de ningún modo de su categoría de grandiosa.

La reciente y penosa experiencia de la sociología para conquistar, no hablemos ya de autonomía, sino, por lo menos, el derecho a poseer su propio nombre, nos demuestra elocuentemente que la ideología no cederá a nadie, sin combatir, la esfera de las ciencias sobre la sociedad. La ideología, vuelvo a decirlo, después de haberse apoderado de la esfera de las ciencias sociales no se convierte por ello en ciencia. Con relación al mundo en su conjunto o al conocimiento (y al pensamiento) la ideología tiene un competidor a quien no es tan fácil vencer: la lógica. Y no tanto competidora, como la constante amenaza de ser sorprendida en flagrante delito de fraude.

Pese a todas las medidas adoptadas en contra, la intelectualidad jodensita tenía una idea bastante completa sobre la literatura disidente de los últimos años. En todo caso hablaban de ella como si la estudiasen especialmente y casi por obligación en los círculos de anti-instrucción política. El último libro del Amante de la Verdad, dijo el Científico, es impresionante. Quedé horrorizado. Hablaron del miedo. Yo, dijo el Charlatán, distingo entre el miedo animal en el hombre y el miedo humano en el animal. El animal teme el asesinato y la violencia; teme, en general, el mal que ve y prevé intuitivamente. El hombre teme la imposibilidad de hacer el bien que es capaz de hacer. Es terrible, naturalmente, que existan muchos hombres capaces de hacer el mal y con posibilidades para ello. Pero es más terrible aún que haya pocos capaces de hacer el bien, aunque sólo tengan para ello alguna posibilidad. El verdadero horror no consiste en que haya excepciones de la norma, sino en el hecho de que exista una norma que origina imprescindiblemente esas excepciones. Constatar los asesinatos, la violencia, el terror y todo lo demás y nombrar a los culpables es una acción de suma importancia. Pero a mí me interesa otra cosa, a saber, el horror de una situación donde no se mata a nadie, pero donde se hace algo más terrible: no se permite a los individuos ser hombres, llegar a ser ellos mismos. Te comprendo, dijo el Embadurnador. Esa posición condena a la inactividad.

Para una personalidad creadora, se dijo el Neurasténico a sí mismo, la tragedia mayor es la imposibildad de hacer aquello que se cree capaz de hacer. Se trata de una verdad conocida. Mi aportación a ese problema es el haber establecido los diversos tipos de tragedia. Distingo tres tipos. El primero corresponde a la tragedia del Amante de la Verdad. Lo único que necesita de la sociedad es la posibilidad de ser oído. El segundo tipo de tragedia corresponde al Embadurnador. Exige de la sociedad, además de lo otro, cuantiosos recursos materiales (por ejemplo, bronce, mármol, piedra, un gran local, una plaza, etc.). El tercer tipo de tragedia corresponde al Calumniador. Exige de la sociedad hombres, porque su misión directa es hacer hombres.

Si eres vago y no cumples los plazos prescritos (lee: el tema es difícil, hay que abordarlo con toda seriedad), o bien has escrito algo sumamente mediocre (lee: has puesto de manifiesto tu alta calificación, tu gran conocimiento del tema, la habilidad de resolver con espíritu creador los problemas), todo ese sistema pasa desapercibido. Parece que no existe en absoluto. Te meten prisa o bien te conceden plazos suplementarios, te alaban, te aconsejan. Todos los amigos se ofrecen para darte las referencias que hagan falta. Te las puedes ingeniar incluso para cobrar los honorarios; los premios están asegurados. Pero, ¡Dios te libre de hacer algo que se salga de lo corriente! o, ¡hasta miedo da pensarlo! algo relevante. Se revelan de inmediato todos los eslabones del sistema y cada uno de ellos descubre su poder indestructible. Entonces se ve con meridiana claridad que cualquiera puede hacer fracasar tu obra o, por lo menos, retenerla durante un tiempo indefinido, valiéndose de cualquie pretexto. Incluso con el pretexto de que se expone un nuevo punto de vista no sancionado, que no debe uno apresurarse, que se precisa una discusión seria.

Además, el hecho de que seas autor de numerosas publicaciones, de que eres generalmente conocido, de que tu reputación es excelente no juega ningún papel. El trabajo que se sale de lo corriente es tratado como si fuera de un autor novel que intentara colar su primer bodrio. Todos cuantos participan en el proceso del trabajo con la obra, que se sale de lo corriente, resultan ser de pronto especialistas en esa materia, aunque ésta se haya descubierto precisamente en ese trabajo. Y, además, más calificados que el propio autor, aunque nunca hayan publicado nada sobre ese tema. Si la persona que participa en la publicación del libro no comprende algún pasaje del mismo, significa que el autor tiene un fallo…

¿No publicar? Durante un cierto tiempo, claro está, se puede escribir sin publicar. Guardarlo en un cajón de la mesa. O, bien, tirarlo al cesto de los papeles. Pero el hombre no puede llevar durante mucho tiempo su camino consigo. Debe dejarlo atrás. O bien no hacer nada. O bien hacer como todos.

Al principio no podía comprender de ningún modo el por qué de las personas que aparentan trabajar (simulan) consiguen mayores éxitos que los que trabajan en realidad. Por qué la simulación del trabajo es más viable que el propio trabajo. No puedo decir que este problema esté definitivamente aclarado para mí. Pero ahora empecé a comprobar algo.

Para hacer un trabajo se precisa cierto número determinado de personas. Pero el número de personas incorporadas a la simulación del trabajo no está limitado en principio. Un conocido mío, excelente simulador de científico (tanto en sus escritos como en la organización de las investigaciones) se las ingenió para crear un instituto dedicado a la investigación con cientos de colaboradores y gastar varios millones en un problema que no valía nada y se resolvía a lo largo de varios minutos, y además, negativamente. Se intentó desenmascararle, pero nada se consiguió, pues en esa obra estaban interesadas altas organizaciones y los propios desenmascadores eran unos aventureros. El trabajo necesita un resultado final, ser visto desde lejos, una verificación inflexible de acuerdo a unos principios en los cuales no participen sus creadores y una valoración exterior. La simulación del trabajo se contenta con la apariencia de los resultados, más exactamente: con la posibilidad de rendir cuentas por el tiempo transcurrido. La comprobación y la apreciación de los resultados se realiza por personas que toman parte en la simulación, que están relacionadas con ella, interesadas en que se conserve. El trabajo transcurre de forma prosaica, aburrida, gris, discreta y cotidiana. Es el trabajo. La simulación es un ajetreo y una agitación vanos… Dicho en pocas palabras, y tal como lo hubiera dicho el Esquizofrénico, la simulación es un fenómeno puramente social, defendido por todos los medios de la defensa social. Para la simulación, el trabajo no es más que un pretexto, un motivo, una forma. El trabajo, en cambio, es un fenómeno antisocial. Es indefenso por sí mismo. Necesita protección. Lo soportan solo en la medida que su falta o mal estado amenace la existencia de la simulación. Para hacer el trabajo se necesita inteligencia, capacidad, laboriosidad, conciencia, espíritu crítico y otras raras cualidades humanas. Se exige, por tanto, un individuo que socialmente esté menos adaptado. Para la simulación basta con un individuo social medio y una preparación profesional socialmente media…

La simulación se convierte a veces en la causa o en una de las causas de ciertas graves consecuencias. Sobre todo cuando el objeto de esa actividad son las masas humanas. Por ejemplo, durante la guerra se superpuso a la dirección de la misma una poderosa simulación del sistema dirigente. Sus consecuencias son generalmente conocidas. Y no puede negarse que la simulación de la defensa y de la seguridad del Estado contribuyó esencialmente al exterminio de masas humanas que no ofrecían ningún peligro para la existencia del mismo.

Cumbres Abismales I (Parte III) – Alexandr Zinoviev

Thursday, July 2nd, 2009

Esta tercera parte va dedicada a la Ciencia. Y a las niñas que salen por la Noche. Y a los borrachos aprovechados.

¡Que no cunda el pánico!

Un conocido mío decía que la humanidad debía estarle agradecida por no haber hecho todo el mal que era capaz de hacer. Es, naturalmente, una postura, la postura de la pasividad. La postura de la actividad, dijo el Desviacionista, no vale más. Los crimenes más abyectos de la historia se han cometido siempre en nombre del Bien. ¿Dónde está, pues, la salida?, preguntó el Intelectual. En el excusado, dijo el Desviacionista. No hay salida, ya que en general no se precisa. Es un problema artificial. No hay quien pueda salir y no hay dónde. Ni hay para qué salir. Todo debe verse desde otro punto de vista. Pero no sé desde cual. Siendo todavía un chiquillo leí no sé en qué libro lo siguiente: “Los hombres crean de manera insensata un proceso que nada vale, que no tiene ni sentido ni objetivo y que los arrastra por azar a la nada. Y tan sólo la impotencia de cada uno ante la ciega e implacable fuerza de todos confiere a ese proceso rasgos de majestad y grandeza. Los esfuerzos de algunas personalidades por librarse de él y conquistar la libertad les conduce al éxito sólo por el camino de la autodestrucción y por ello son estériles”. Recuerdo ese pasaje, pero sólo ahora empiezo a comprenderlo. Demasiado tarde, es una pena. Pero ya es hora de dormir.

En mi ismo, como Usted ha dicho, masas enormes de hombres reciben relativamente poco, pero, en cambio, trabajan aún menos, también comparativamente, de forma que el coeficiente de recompensa es bastante elevado. Intente proponer a nuestros trabajadores que elijan entre un trabajo pesado con un salario elevado o un trabajo más fácil con menor salario que garantice, sin embargo, la satisfacción de sus necesidades elementales, y le aseguro que la mayoría preferirá esto último.

Tras el tabique, el borracho dueño de la vivienda insultaba a más y mejor a su no menos agresiva esposa. Lloraba un niño. En casa de los vecinos tronaba el televisor. Fuera se oía el estruendo de un mundo grandioso construído de acuerdo con la teoría de la construcción de un mundo así, precisamente, a base de los grandes adelantos de la “quibenematiqui” rehabilitada y relativista.

No son bagatelas. El estado del idioma es un índice del estado en que se encuentra la cultura espiritual de la sociedad.

¿Usted se refiere a la posibilidad de medir la grandeza de la personalidad? Pues bien, existen rasgos identificativos de la personalidad y se utilizan de uno u otro modo en los juicios reales. Por ejemplo, una personalidad relevante aspira en lo posible a no regir destinos humanos si no es preciso hacerlo. Una nulidad aspira a violentar la voluntad ajena en todas las circunstancias para demostrar que es una persona de férrea voluntad. Una gran personalidad tiende a ser sencilla y verídica. La nulidad quiere engañar y confundir para que consideren que es una persona enérgica y fuerte. Si elaboráis profesionalmente estas verdades obtendréis una teoría que os permitirá medir la personalidad. ¿Qué falta nos hace?, preguntó el Arribista. Aunque sólo sea, dijo el Charlatán, para que os convezcáis de que el Adalid era la nulidad más completa en plena consonancia con el medio que le promocionó.

La ciencia contemporánea no es una esfera de la actividad humana, cuyos participantes se dediquen únicamente a la búsqueda de la verdad. La ciencia contiene no solo, y ni siquiera tanto, cientifismo como tal, que en nada se parece a la ciencia como se la suele considerar generalmente, sino también el anticientifismo, profundamente hostil a la ciencia, pero que ofrece, sin embargo, un aspecto más científico que ella. Así es, desgraciadamente, este mundo. Todo en él está desdoblado y puesto al revés. Los principios del cientifismo y el anticientifismo son diametralmente opuestos.

La literatura dedicada a la metodología de la ciencia crece de forma amenazadora. Esto, sin embargo, no tranquiliza las mentes. La abundancia de la literatura en vez de aportar claridad, comienza a dificultar cada vez más no solo la solución de los problemas, sino incluso su formulación y comprensión elemental. Y nadie intenta liberarse de esa dificultad. Se cultiva. Los especialistas en la solución de los problemas ceden su lugar a los especialistas que estudian esos problemas, pero no los resuelven. El deseo de comprender la opinión ajena cede su puesto a una incomprensión activa, de forma que resulta imposible enunciar un pensamiento que no sea deformado por los colegas y rechazado por uno u otro motivo.

Toma, lee, dijo el Embadurnador al Charlatán, tú puedes leerlo, pues eres persona honesta. El Charlatán ojeó un pequeño cuaderno escolar. Era un diario que dejó olvidado la modelo. Es un documento terrible, dijo el Embadurnador. Te juro que todo cuanto en él se dice es verdad. El diario se componía de anotaciones del siguiente tipo: llegué al estudio de X. Es joven aún. Simpático. Sobre la mesa había vodka, salchichón, una naranja. Desnúdate, me dijo. Me desnudé. Me gustas, me dijo. Bebimos. Hicimos chi-chic. Volvimos a beber. Volvimos a hacer chic-chic. Pasadas algunas páginas, la historia con X finaliza. X es un canalla. Un roñoso. Y hace cosas que dan asco. Me fui con Z. Todavía no es viejo, aunque está calvo. Sobre la mesa había coñac, salchichón, mandarinas. Me dijo: desnúdate. Me desnudé. Tienes buena figura, me dijo. Bebimos. Hicimos chic-chic… En nuestor medio, dijo el Embadurnador, todos hacen lo mismo. Combinan lo útil con lo agradable. Y las propias modelos lo consideran natural. Tú dices que es un documento terrible, dijo el Charlatán. ¿Crees que en nuestro medio es mejor? Mi jefe actual es una completa nulidad. Todos los años cambia de secretarias y ayudantes de laboratorio. Luego las coloca no sé dónde, las sitúa, las ayuda a ingresar en cualquier sitio. No a todas, pero a casi todas. Y son niñas recién salidas de la escuela.

La conciencia de un individuo contemporáneo con instrucción media se rellena a través de numerosos canales (radio, cine, revistas, libros de divulgación científica, de ciencia-ficción, etc.) con una inmensa cantidad de datos científicos. Gracias a ello se eleva sin duda el nivel cultural de la gente. Pero, al mismo tiempo, los hombres empiezan a creer en la omnipotencia de la Ciencia y la propia Ciencia adquiere rasgos sumamente alejados de su índole académica habitual. Los conocimientos científicos, al penetrar en la conciencia de los hombres, no caen en lugar vacío ni tampoco en su forma primitiva. El hombre contemporáneo posee la capacidad impuesta por la historia de elaborar ideológicamente los conocimientos recibidos y, además, necesita hacerlo. El modo como la sociedad le proporciona los conocimientos científicos hace inevitable el efecto ideológico. La ciencia, en fin de cuentas, suministra tan sólo la fraseología, las ideas y los temas. Pero no depende solo de la ciencia la forma en que será tratado ese material en la esfera de la conciencia históricamente formada de los hombres. Baste decir que la ciencia es profesional, sus resultados tienen sentido y son accesibles a la comprobación mediante un lenguaje especial únicamente. Para un consumo amplio se recurre al idioma corriente, se simplifica y explica, creando así la ilusoria claridad, aunque, por regla general, nada tiene de común con el material que se explica. Presentan los logros científicos una especie de mediadores, los “teóricos” de dicha ciencia, los divulgadores, los filósofos e, incluso, los periodistas. Es un grupo social enorme que posee sus propias misiones sociales, sus hábitos y tradiciones. De forma que los avances científicos penetran en las mentes de los simple mortales en forma tan profesionalmente preparada que solo cierta similitud verbal con el material inicial recuerda su origen. Y estos conocimientos se consideran de distinta manera que en su medio científico. También es distinto su papel. Así, pues, se forma en realidad una especie de dobles originales para los conceptos y postulados de la ciencia. Cierta parte de estos dobles pasan a ser durante un tiempo más o menos largo elementos de la ideología. A diferencia de los conceptos y afirmaciones de la ciencia, que tienden a ser precisos y comprobables, sus dobles ideológicos son ambiguos, polisémicos, indemostrables e irrefutables. Carecen de sentido desde el punto de vista científico. La afirmación, por ejemplo, de la física sobre la existencia en las micropartículas de propiedades ondulatorias y corpusculares al ser extorsionada de la física y elaborada ideológicamente se convierte en una expresión que emplea palabras imprecisas y polisémicas, como “onda”, “corpúsculo”, “simultáneo”, etc. Ahora es posible demostrar que los cuerpos físicos no pueden ser, según parece, ondas y corpúsculos al mismo tiempo y, por otra parte, que sí lo pueden ser, pero en las profundidades de la materia. Es un cuento. Pero no un cuento destinado a los niños, sino a personas adultas, instruidas, que anhelan lo misterioso y lo enigmático. Para contar esos cuentos hay que saber manipular con bastante delicadeza y habilidad las construcciones lingüísticas, tener conocimientos especiales de física, y además, adquirir ciertos hábitos en la metodología de la ciencia.
La sociedad presiona a los hombres, les obliga a respetar los dobles ideológicos de la ciencia. Por ejemplo, muchas tesis de la teoría de la relatividad, perseguida en su tiempo por herética, ahora, tras su transformación ideológica, son casi canonizadas. Todo intento de decir algo que las contradiga aparentemente se rechaza por parte de las fuerzas influyentes de la sociedad (por ejemplo, se acusa de ignorantes, reaccionarios, etc., a quienes lo intentan).