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ANAF (Asociación Navarra de Amigos del Ferrocarril)

Sunday, December 18th, 2011

Vayan estas pocas palabras e imágenes en homenaje a esta asociación de aficionados y devotos de las líneas, vías, máquinas, decoraciones, y modelismo en general.

 

 

 

 

 

 

 

…por “Twin Peaks” pasa el tren…

¡Ánimo!

Point Counterpoint (Contrapunto) -Aldous Huxley-1928-

Thursday, December 15th, 2011

 Cuarta novela de Aldous Huxley (1894-1963), publicada en 1928, tres años después de “Los Monederos Falsos” de Gide, la anterior a su Biblia de obligatoria lectura “Un Mundo Feliz” (1932). Dos de las mejores novelas del siglo XX, la de Gide y la que me ocupa ahora, que, en realidad, no son novelas al uso, si no, más bien, metanovelas, o novelas de ideas (más en el caso de Huxley).

 

Counterpoint

 

Novela que me ha llevado lo suyo de tiempo terminar, liado como he estado en otras tareas (principalmente musicales). Y escribo esto porque el propio título de la novela nos lleva a un vocabulario musical: contrapunto, o variación, modulación musical, que emplea el compositor para dar más vida a su obra. Algo en lo que Huxley estaba muy interesado en aquella época. En este ensayo, Ensayo sobre “Contrapunto” y Huxley en general (en inglés) -pdf-, se mencionan entre otros muchos detalles que vienen al caso, las dos obras musicales que “suenan” en la novela; una, al principio, de Bach, en una típica fiesta de clase alta londinense; otra, al final, de Beethoven, en casa de Spandrell, uno de los protagonistas. Huxley, en una explicación mejor que la mía sobre el contrapunto, añade las “Variaciones sobre Diabelli” (33 en total) de un mismo y simple tema de vals que hizo Beethoven, como paradigma musical de su intención literaria.

 

Contrapunto

 

 

La edición que he tenido ocasión de disfrutar es una de Edhasa (Ediciones de Bolsillo nº 69), primera en España, de  diciembre de 1970, en colaboración con Editorial Sudamericana (que la editó en Argentina en 1966). La traducción corre a cargo de Lino Novás Castro (1905-1983), autor y traductor argentino , que también se atrevió con Balzac, Faulkner, o Lawrence (D.H.). La traducción es magnífica, si acaso algo abusiva en los adverbios de modo acabados en –mente. Un pequeño error con la palabra “injerencia” que aparece con “g”. Y ciertas frases y poemas de Huxley en francés y alemán no se traducen, aunque tampoco afecta mucho al lector en castellano (sobre todo si tiene nociones de francés). La colección de Bolsillo de Edhasa se inicia con Cortázar, sigue con Eugenio Trías, el omnipresente Llosa (jóder), Herbert Read (¿?), y la cosa mejora con Lawrence Durrell y Joyce, siendo cada una de estas ediciones colaboraciones con otras editoriales.

Más ediciones:

 

Point

 

 

 

 

 

 

 

 

PERSONAJES

Paso a presentar brevemente a los personajes más importantes.

Marjorie, amante de Walter Bidlake, crítico literario explotado por su editor, Burlap. Éste último, pretende ser cristiano y espiritualista, cuando en realidad busca en todo momento el placer carnal; personaje poseído. Su secretaria es Beatrice, salvajamente reprimida, hasta que al final de la novela, es poseída por el demonio de Burlap: “de gentes así será el Reino de los Cielos”, dice Huxley al final de la novela.

Walter Bidlake es un pobre hombre que en su día se enamoró de una rancia chica llamada Marjorie (cuyo marido deambula borracho por las calles de Londres) y la deja embarazada. Mientras, Walter tiene un amour fou con Lucy Tantamount, de buena familia, bella, pero infantil, caprichosa, amoral, y, cuando quiere, sufre ataques de frigidez; a veces, de promiscuidad.

John Bidlake es el padre de Walter y de Elinor, viejo artista venido a menos, gran pintor en su día, cascarrabias hoy porque la enfermedad y la muerte se van apoderando de él.

Philip Quarley, Elinor Bidlake. Marido y mujer. El personaje de Philip es el que más se ajusta a la propia figura de Huxley. En la novela, Philip es un hombre inteligente, introspectivo, abstraído, que pone en peligro la relación con su mujer, Elinor Bidlake (hija del pintor, hermana de Walter), porque no es capaz de infundirle ese cariño y entretenimiento que necesitan las mujeres cuando ven que el hombre puede pasar sin ellas durante horas y horas de escritura (o de deporte, o de lo que sea). Huxley es posible que se sintiera así con su propia esposa, aunque hoy podemos decir que al menos no perdió el tiempo.

Maurice Spandrell: el personaje maldito de la novela, quien finalmente toma su destino por los cuernos, y se deja matar, tras inducir al asesinato de Everard Webley (líder de pacotilla de la Brotherhood of British Freemen, organización fascista de época).

Illidge, el extremo opuesto a Webley, comunista entristecido, al que Huxley le da mucha caña a lo largo de la novela. Su ideología queda desenmascarada, aunque le salva la vida, y de la cárcel (pues es él el asesino material de Webley, opinión no muy común, me temo).

Dejo para el final a Mary y Mark Rampion. Ella, de buena familia. Él, venido de la clase obrera. Se casan. Hay un capítulo especial en el que se cuenta la historia de amor entre Mary y Mark; el más bello de toda la novela. Mientras Spandrell, en tertulia, explica cómo se seduce a las jovencitas de Londres para simplemente hacerles el mal, Mary cierra los ojos y recuerda su historia.

Hasta aquí, datos de mi propia cosecha. De la Wikipedia, se pueden encontrar las siguientes correspondencias con el mundo real (hay más, pero éstas son las que me interesan).

Mark Rampion es, ni más ni menos, David Herbert Lawrence (1885-1930), uno de los escritores más injustamente menos leídos de aquella hornada de novelistas británicos de primera mitad del siglo XX. Claro que se le sigue leyendo, ¡pero no lo suficiente! Mary Rampion es Frida Lawrence, que ya tenía tres hijos de otro marido en la vida real cuando se cansó con D.H. Así, la rememoración que hace Huxley es bastante idealista, pero, ¿a quién le importa?

Rampion es el personaje “líder” de la novela, el que se atreve a decir más, y mejor. Junto con Philip y Spandrell. Los demás, empiezan a ser secundarios, aunque Huxley debía construir un mundo para que Rampion (o Philip) lo descuartize (o lo analice); según. 

Al parece Burlap era en realidad el editor John Middleton (personaje a todas luces secundario en el mundo real), y Beatrice corresponde a Katherine Mansfield (esa autora a la que solamente se lee cuando uno aprende la lengua inglesa, en libros adaptados, y nunca más se vuelve a saber de ella, —es mi caso, al menos—). Al parecer, también Huxley tuvo un affair parecido al que sufre Walter (¡pobre!). Y lo dejo aquí, que esto parece una revista del corazón.

 

 

 

Escueto Resumen ArguMental

El comienzo de la novela se convierte en un guirigay bastante intenso de nombres y lugares; muy rico en reflexiones, en comentarios de pasada también. Hay que tener buena memoria, leer con atención; a veces, volver hacia atrás, recordar quién ha dicho esto o aquello (sobre todo en las escenas de la fiesta en la mansión Tantamount —cuya presentación, la de la propia construcción de la mansión, es desde luego magnífica, y demuestra el poder de reflexión y de síntesis de Huxley—). Pero van pasando las páginas, mejor dicho, vas pasando las páginas, y se prefiguran los personajes más importantes, los que hay que seguir con atención. Y nos damos cuenta de que la acción es relativamente inexistente. No ocurre nada, o muy poco. Una fiesta, una reunión, una tertulia, ¡ay!, las tertulias en esta novela. Un viaje en taxi, una visita a casa de papá, o de mamá. Sólo al final la novela adquiere tintes de trama negra, con el asesinato de Webley. Y se parece mucho a la muerte del Boris de Gide (en “Los Monederos Falsos”), la de Phil, hijo de Philip y Elinor. Salvo estos dos puntos, no ocurre nada más.

 

 

 

Ideas, reflexiones, apuntes, discusiones, y más ideas.

 

Lo que considero interesante, y más, de esta novela, son las reflexiones más o menos implícitas que se hace Huxley a sí mismo, a través de Philip Quarles, y sobre todo de Mark Rampion. Los temas tratados básicos son la moral, la verdad (y a partir de ésta, la religión y la filosofía), el papel del intelectual en el moderno mundo de hace casi un siglo, y la creación de la novela (la angustia del escritor, y sus propias mentiras).

Así, vayamos por partes.

Consideraciones sobre la moral, que Huxley enfoca con ojo clínico, separándola de otros elementos adyacentes. Por ejemplo:

 

“La moral —reflexionó [Philip Quarles]— sería muy curiosa si nosotros amáramos periódicamente en vez de hacerlo de enero a enero. Lo moral y lo inmoral variarían de un mes a otro. Las sociedades primitivas tienden a vivir más conforme a las estaciones que las cultivadas. En Sicilia mismo hay el doble de nacimientos en enero que en agosto. Lo cual prueba, concluyentemente, que en la primavera la fantasía de los jóvenes… Pero en ninguna parte ocurre únicamente en primavera. No hay en lo humano nada absolutamente análogo al celo de las perras y las yeguas. Excepto —añadió—, excepto acaso en la esfera moral. La mala reputación de una mujer atrae como los signos de celo de una perra. La mala fama la anuncia como accesible. La ausencia del celo, es, en el animal, el equivalente de los hábitos y principios de la mujer casta…”

 

Tema que saca de nuevo a colación 266 páginas más tarde. La urdimbre de la novela es sencillamente poderosísima. Lo que es un comentario suelto de un personaje (sobre todo al principio de la novela, luego es reciclado, nuevamente llamado a las filas de las ideas por discutir).

Sobre la nueva moral:

            “Y luego —dijo Elinor en voz alta—, no hay que olvidar que Lucy tiene otra ventaja en lo que concierne a hombres como Walter. Es una de esas mujeres que tienen temperamento de hombre. Los hombre pueden hallar placer en un encuentro fortuito. La mayoría de las mujeres no; éstas necesitan estar más o menos enamoradas. Es preciso que sus emociones entren en función. Todas, con pocas excepciones. Lucy es una de estas pocas. Ella tiene la facultad masculina del desprendimiento. Ella puede separar su apetito del resto de su alma.”

 Las pocas excepciones de la época de Huxley no son tantas en el año 2011. Afortunadamente. Quizás por esto, en este sentido, la novela no resulte demasiado interesante de analizar.

 

El adulterio es el tema central, argumentalmente, de la novela; hay un montón de ellos. Y Huxley de alguna manera trata de repasar, explicar, o imaginar, o crear, motivos. Recordemos que él al parecer tuvo a su propia doble taza de Lucy. Así que esta novela también puede ser plato de gusto de los que disfrutan de una película como “Secretos de un Matrimonio” de Ingmar Bergman, o similares.

 

 

Introducción

 

“La Investigación De La Verdad”

Del diario de Philip Quarles, (del que más abajo, hago aclaración):

 

            “La compañía de Rampion me deprime un poco; porque él me hace ver el enorme abismo que separa el conocimiento de lo evidente del hecho de vivirlo efectivamente. Y ¡oh qué difícil es cruzar ese abismo! Ahora me doy cuenta de que el verdadero encanto de la vida intelectual —la vida consagrada a la erudición, a las investigaciones científicas, a la filosofía, a la estética, a la crítica­— es su facilidad. Es la sustitución de las complejidades de la realidad por simples esquemas intelectuales, o de los desconcertantes movimientos de la vida por la muerte formal y tranquila. Es incomparablemente más fácil saber muchas cosas, por ejemplo, acerca de la historia del arte y tener ideas profundas acerca de la metafísica y de la sociología, que saber intuitiva y personalmente algo acerca de nuestros semejantes, y llevar relaciones satisfactorias con nuestros amigos y nuestras amantes, nuestra mujer y nuestros hijos. Vivir es mucho más difícil que el sánscrito, la química o la economía política. La vida intelectual es un juego de niños; lo cual explica que los intelectuales tiendan a convertirse en niños, y luego en imbéciles, y finalmente, como claramente demuestra la historia política e industrial de los últimos siglos, en lunáticos homicidas y bestias salvajes. Las funciones reprimidas no mueren; se deterioran, degeneran, retrogradan al estado primitivo. Pero, entretanto, es mucho más fácil ser un niño intelectual, o un lunático, o una bestia, que un hombre adulto y armonioso. He aquí por qué, entre otras razones, existe tanta demanda de educación superior. Las gentes se abalanzan hacia los libros y las universidades como hacia los cafés. Quieren ahogar su conciencia de las dificultades que presenta el vivir adecuadamente en este grotesco mundo contemporáneo; quieren olvidar su deplorable insuficiencia en el arte de la vida. Algunos ahogan sus penas en alcohol, mientras que otros, todavía más numerosos, las ahogan en los libros y en el diletantismo artístico; algunos tratan de olvidarse a sí mismos por medio de la fornicación, el baile, el cinematógrafo, la radiotelefonía; otros, por medio de conferencias y ocupaciones científicas. Los libros y las conferencias son mejores para ahogar las penas que la bebida y la fornicación: no dejan dolor de cabeza ni aquella sensación de post coitum triste. Hasta hace muy poco, he de confesarlo, he tomado muy en serio el saber, la filosofía, la ciencia: todas las actividades que catalogamos con grandilocuencia bajo el título de la “Investigación de la Verdad”. Yo consideraba la Investigación de la Verdad como la más alta de las tareas humanas, y a los Investigadores como los más nobles de los humanos. Pero hace aproximadamente un año comencé a ver que esta famosa Investigación de la Verdad es simplemente una diversión, una distracción como cualquier otra, un sustitutivo un tanto refinado y elaborado de la verdadera vida; y que los Investigadores de la Verdad llegan a ser justamente tan idiotas, infantiles y corrompidos, a su manera, como los borrachines, los estetas puros, los negociantes y los partidarios de la Buena Vida, a la suya. Me he dado cuenta también de que la Investigación de la Verdad no es sino un nombre cortés para designar el pasatiempo favorito de los intelectuales: la sustitución de complejidades vivientes de la realidad por simples, y por consiguiente, falsas abstracciones. Pero la búsqueda de la verdad es mucho más fácil que el aprendizaje del vivir integral (en el cual, por supuesto, la Investigación de la Verdad tendrá su debido y proporcionado lugar entre las demás diversiones, como el juego de bolos y el alpinismo). Lo cual explica, si no justifica, mi continua y excesiva afición a los vicios de la lectura informativa y de la generalización abstracta. ¿Llegaré a tener jamás la fuerza de espíritu suficiente para romper con estos hábitos indolentes del intelectualismo y consagrar mis energías a la tarea, más seria y difícil, de vivir integralmente? Y aun cuando me esforzara por deshacerme de estos hábitos, ¿no llegaría a descubrir que la herencia se halla en su base y que yo soy congenitalmente incapaz de vivir total y armoniosamente?”

 

Sigue Rampion, hacia el final, retomando el tema de la “Investigación de la Verdad”:

 

            “Esta verdad no humana que los científicos tratan de penetrar con sus intelectos, nada tiene que ver con la existencia humana ordinaria. Nuestra verdad, la verdad humana que nos interesa, es algo que se descubre viviendo, viviendo completamente, con la totalidad del ser. Los resultados de sus placeres, Philip, todas esas famosas teorías acerca del cosmos y sus aplicaciones prácticas no tienen absolutamente nada que ver con la única verdad que nos importa. Y la verdad no humana no solamente nos es extraña, es también peligrosa. Distrae la atención de las gentes de las importantes verdades humanas. Les hace falsificar sus experiencias a fin de que la realidad vivida se conforme a la teoría abstracta. Por ejemplo, en una verdad no humana no establecida, o al menos estaba establecida en la época de mi juventud, el que las cualidades secundarias no tienen existencia real. El hombre que admite esto seriamente se niega a sí mismo, destruye toda la armazón de su vida como ser humano. Porque ocurre que los seres humanos se hallan constituidos de tal modo, que las cualidades secundarias son, para ellos, las únicas reales. Si usted las niega se suicida.
—Pero en la práctica —dijo Philip— nadie las niega.
—Completamente, no —concedió Rampion—. Porque no es posible. El hombre no puede abolir completamente sus sensaciones y sus sentimientos sin aniquilarse físicamente a sí mismo. Pero puede despreciarlos después del hecho. Y, de hecho, eso es lo que hace un gran número de personas inteligentes y cultivadas: despreciar lo humano en interés de lo no humano. Su móvil difiere del de los cristianos; pero el resultado es el mismo. Una especie de autodestrucción. Siempre lo mismo —continuó con una súbita explosión de cólera en la voz—. A cada tentativa de ser algo mejor que humano, el resultado es siempre el mismo. Muerte, una forma u otra de muerte. Trata uno de ser más de lo que es por naturaleza, y lo que hace es matar algo en sí mismo y convertirse en mucho menos. Estoy hasta la médula de todas esas necedades acerca de la vida superior, el progreso moral e intelectual, el vivir para el ideal y demás cosas por el estilo. Todo eso conduce a la muerte. Tan infaliblemente como el vivir para el dinero. Los cristianos y los moralistas, y los negociantes de la escuela de Samuel Smiles, todas la pobres ranas humanas […] revientan simplemente para convertirse en meros fragmentos de rana y, lo que es más, fragmentos en descomposición. […] Su pobrecillo San Francisco, esa hediondez, por ejemplo —se volvió hacia Burlap, que protestó—. Sí, nada más que hediondez —insistió Rampion—. Un hombrecillo tonto y vanidoso, que trata de inflarse hasta llegar a ser un Jesús y que no consigue sino matar la poca virtud o buen sentido que pudieran quedarle, que no consigue sino transformarse en hediondos y repugnantes fragmentos de un verdadero ser humano. ¡Un hombre que busca excitaciones y escalofríos lamiendo a los leprosos! ¡Puf! ¡Pequeño y asqueroso pervertido! Se cree demasiado bueno para besar a una mujer; quiere estar por encima de una cosa tan vulgar como es el placer natural y saludable…”

Como se lee, o leo, el ataque es fulminante. Sigue el bueno de Rampion:

“Un hombre es un ser sobre una cuerda tirante, que marcha delicadamente, en equilibrio, con el espíritu, la conciencia y el alma en un extremo de su balancín, y el cuerpo, el instinto y todo lo que es inconsciente, terreno, misterioso, en el otro. En equilibrio. Lo cual es endiabladamente difícil. Y el único absoluto que jamás puede conocer realmente es el absoluto del equilibrio perfecto. El absoluto de la relatividad perfecta. Lo cual, desde el punto de vista intelectual, es una paradoja, una tontería. Pero lo mismo ocurre con toda la verdad verdadera, auténtica, viva: simple tontería, según la lógica. Y la lógica es una simple tontería a la luz de la verdad viviente. Pruebe usted elegir a su gusto entre la lógica y la vida. Es asunto de gustos. Hay quien prefiere estar muerto. […] Se haría más en favor de la paz diciéndoles a los hombres que obedecieran los dictados espontáneos de sus instintos que fundando una cantidad de Sociedad de Naciones.
—Se haría aún más —dijo Burlap— diciéndoles que obedecieran a Jesús.
—¡No lo creo! El decirles que obedezcan a Jesús es decirles que sean más que humanos. Y en la práctica, cuando trata uno de ser más que humano, lo que consigue es hacerse menos que humano. El decirles que obedezcan a Jesús literalmente es decirles, indirectamente, que se porten como imbéciles, y finalmente, como demonios. No tiene más que considerar los ejemplos. El viejo Tolstoi; he ahí un gran hombre que se ha transformado en imbécil por tratar de ser más que un hombre. Y su horrible San Francisco. —Se volvió hacia Burlap. —Otro imbécil. Pero ya al borde del diabolismo.”

Después de la intensa conversación, finalmente, se separan Quarles, Burlap, Spandrell y Rampion, quien concluye:

“Cuando se alza uno contra las cosas y las personas no humanas, se hace inevitablemente no humano uno mismo.”

El ataque a la lógica de Rampion (Lawrence) echa por tierra todo el materialismo comunista, a la vez que ataca lo religioso-numinoso. No deja nada en pie, y sigue la vida, que es lo importante. Y para seguir “considerando” ejemplos, yo aporto uno bien contemporáneo; una especie de nuevo Jesús tecnológico, acechante, con su máscara de beatitud, llamado a morir antes de tiempo, quizás podrido por dentro, por culpa de todo lo que ha creado a su alrededor: Steve Jobs. Y no tiene mucha lógica que yo escriba esto en un Macintosh, mi querido Macintosh, pero, señores: uno no se casa con lo que ve, si no con lo que tiene. Y yo no aspiro a poseer más que un aparato fiable, no una nube invasora de cables, y de nuevos aleluyas a través del wi-fi. Sigo más abajo con esto, que yo me hago también mis propios contrapuntos.

Sobre Anatole france


La Intelectualidad, y el Mundo Moderno

Rampion:

“—Pero solamente por su propia destrucción. Cuando la Humanidad sea destruida, evidentemente que no habrá más problemas. Pero esta parece una solución bastante pobre. Yo creo que puede haber otra, aun dentro del sistema actual. Una solución temporal mientras el sistema se modifica en la dirección de una solución permanente. La raíz del mal está en la psicología individual; de modo que es por ahí, por la psicología individual, por donde hay que comenzar. El primer paso sería hacer vivir a las gentes de un modo doble, en dos compartimientos. En un compartimiento, como trabajadores industrializados; en el otro, como seres humanos. Como idiotas y máquinas durante ocho horas diarias, y como verdaderos humanos el resto del tiempo.
—¿No es eso lo que hacen ya? [Philip]
—¡Por supuesto que no! Viven como idiotas y como máquinas durante todo el tiempo, tanto durante su trabajo como durante sus horas de ocio.”

Más adelante, en la parte final de la novela, pág. 519, Philip sin embargo se intenta defender de los ataques directos de Rampion, sin éxito.


“—¡Vamos, vamos! —dijo Philip—. El cuadro es un poco sombrío. Y de todos modos, aun cuando fuera exacto, no puede hacerse responsable a los intelectuales de las aplicaciones que han hecho otros de sus resultados.
—¡Sí, ellos son responsables! Porque ellos han educado a los demás en su maldita tradición intelectualista. En el fondo, los otros sólo son intelectuales en otro plano. Un negociante es simplemente un científico, que resulta ser más estúpido que el verdadero científico. Vive de un modo tan unilateral, tan intelectual, dentro de los límites de su inteligencia, como el otro. Y el fruto de eso se llama degeneración psicológica interior. Porque, desde luego, —añadió entre paréntesis—, los frutos de sus placeres no son meramente el aparato externo de la vida industrial moderna. Residen también en una decrepitud interna, en el infantilismo y en la degeneración, en todas las formas de locura y de regresión al estado primitivo. No, no; yo no puedo tolerar sus placeres del espíritu. Harían ustedes mucho menos daño si se dedicaran a jugar al golf.”

Huxley, en boca de Rampion, también aprovecha para meterse con Proust, y de paso, describe el futuro que vivimos hoy, en cuanto al culto al recuerdo que son nuestros gigas y gigas de información almacenada… Y prefigura, de paso, la figura del hikkikomori.


“Y las relaciones han de ser puramente mentales. Y la vida ha de ser vivida, no como si fuera la vida de un mundo de seres vivientes, sino como si estuviera compuesta de recuerdos, de imaginaciones y de meditaciones solitarias. Una interminable masturbación, como el grande y horrible libro de Proust. Esa es la vida superior. Que es el nombre, expresado con eufemismo, de la muerte incipiente.”

Steve Jobs es el San Francisco del siglo XXI, venerado por dejarnos chupar entre todos las heridas de lo cotidiano, y masturbarnos lentamente entre tanta fotografía y vídeo colectivo. Si esto no es infantilismo, regresión, y lo que es peor, pérdida de tiempo…

Ya bastante avanzada la obra, en la página 383, capítulo XXII, Huxley usa por primera vez, la técnica de introducir extractos escritos por el propio personaje. En este caso de una supuesta “libreta de apuntes”. Es Philip Quarles quien escribe. Y en esto se puede decir que es en donde “Contrapunto” se parece más a “Los falsos monederos” de Gide a nivel estilístico.

“El instinto de adquirir comporta, a mi ver, más perversiones que el instinto sexual. […] Cuando el cuerpo se halla saciado, el espíritu cesa de pensar en el alimento o en la mujer. Pero el hambre de dinero y de posesión es casi puramente una cosa mental. No hay satisfacción física posible.”

¿Y qué decir del instinto virtual? El que está al alcance de todos; en el que todos podemos caer, vaya que si caemos. En las perversiones del siglo XXI; y no me refiero a la pornografía, sino a la búsqueda en la Red de nuevas satisfacciones (del ego básicamente). ¿Qué pensaría el bueno de Huxley? Poseer no una mujer, no un dinero, sino una información, un chisme, una íntima visión. Todo ello un cruce entre el voyeurismo total, y un instinto de control feroz sobre los demás. Y no hay satisfacción física posible.

Continúa Aldous, digo Philip:


“Como quiera que sea, yo no tengo interés en poseer, y no simpatizo con los que lo tienen: no los comprendo. En mis novelas no figura ningún personaje cuyo carácter dominante sea el instinto de adquirir. Es un defecto, pues los adquisitivos son manifiestamente muy comunes en la vida real. Pero dudo de que yo pudiera hacer interesante a uno de esos personajes, puesto que yo mismo no siento interés hacia la pasión adquisitiva. Balzac pudo hacerlo; las circunstancias y la herencia le hicieron interesarse apasionadamente por el dinero. Pero cuando uno halla fastidioso un asunto, corre el riesgo de hacerse fastidioso él mismo al tratarlo.”

En la frase subrayada Huxley se delata de alguna manera. Su principal interés es éste precisamente: interesar a los demás. Buen principio a seguir por un novelista, si se lleva a cabo de cabo a rabo. A ver si se enteran los de la novela histórico-criminal-aventuras de politicuchos (el asesinato de Webley es lo más humano que ocurre en “Contrapunto”, y no se le dedican más de veinte páginas).

Sobre la novela


La novela, el escritor, la idea

Sobre Rimbaud, poeta tótem de una época, tanto para Gide, como para Huxley:


“—Tenía tanta fe en ella [en la vida] —continuó Burlap, bajando la vista (para gran alivio de Walter) y afirmando con la cabeza a medida que pronunciaba reflexivamente las palabras—, una fe tan profunda, que se hallaba dispuesto al sacrificio. Así es como interpreto yo su abandono de la literatura: como un sacrificio premeditado. […]. —El que quiera salvar su vida debe perderla. […]. —Ser el más grande poeta de su generación y, sabiéndolo, renunciar a la poesía; no es perder la vida por salvarla. Eso es tener una verdadera fe en la vida. Su fe era tan fuerte, que estaba dispuesto a perder la vida en la certeza de ganar una nueva y mejor. […]. —Una vida de contemplación mística y de intuición. ¡Ah, si solamente supiéramos nosotros lo que ha hecho y pensado él en África, si lo supiéramos nosotros!
—Ha hecho el contrabando de armas de fuego para el emperador Menelik —tuvo Walter el valor de replicar¬—. Y a juzgar por sus cartas, parece haber pensado, sobre todo, en hacer bastante dinero para establecerse.”

“Cuesta tanto trabajo escribir un libro malo como una bueno; sale con la misma sinceridad del alma del autor. Pero siendo el alma del autor, al menos artísticamente, de calidad inferior, sus sinceridades serán, si no siempre intrínsicamente ininteresantes, cuando menos expresadas de un modo falto de interés, y el trabajo empleado en esta expresión será malgastado. La naturaleza es monstruosamente injusta. No existe sustitutivo para el talento. La industria y todas las virtudes no sirven para nada.”

“Nuestra educación [Philip Quarles] se realiza al revés. El arte antes que la vida: Romeo y Julieta e historias obscenas antes que el matrimonio o sus equivalentes. De aquí que toda la joven literatura moderna sea desilusionada. Inevitablemente. En los buenos tiempos de antaño los poetas comenzaban por perder la virginidad; luego, con un conocimiento completo de la cosa real y sabiendo exactamente dónde y cómo dejaba de ser poética, se ponían deliberadamente a la obra para idealizarla y embellecerla. Nosotros comenzamos por lo poético y proseguimos hacia lo antipoético. Si los chicos y las chicas perdieran su virginidad tan temprano como lo hacían en la época de Shakespeare, se daría un renacimiento de la poesía lírica amorosa de la época isabelina.”

“Todo lo que ocurre es intrínsecamente semejante al hombre a quien le ocurre.”

“Por ejemplo, esas increíbles variaciones de Diabelli. Toda la extensión del pensamiento y de la emoción, y, no obstante, en relación orgánica con un ligero y ridículo aire de vals. Poner esto en una novela. ¿Cómo? Las transiciones bruscas no presentan ninguna dificultad. Todo lo que se necesita es un número suficiente de personajes y de intrigas paralelas, argumentos de contrapunto. Mientras Jones asesina a su esposa, Smith empuja el cochecillo de niño en el parque. Se alternan los temas. Más interesantes, las modulaciones y variaciones son también más difíciles. El novelista modula reduplicando las situaciones y los personajes. Muestra varios personajes enamorados, o muriendo, o rezando, de modos diferentes: disimilitudes que resuelven el mismo problema. O, viceversa, personajes símiles confrontados con problemas disímiles. De esta suerte se puede modular de modo que se presenten todos los aspectos del tema, se pueden escribir modulaciones en cualquier número de modos diferentes. Otro procedimiento: el novelista puede arrogarse el privilegio divino de creador y considerar los acontecimientos de la historia en sus varios aspectos: emocional, científico, económico, religioso, metafísico, etc. Modulará de uno al otro; por ejemplo, del aspecto estético al aspecto psicoquímico de las cosas, del religioso al psicológico o al financiero. Pero acaso sea esta una imposición demasiado tiránica de la voluntad del autor. Algunos pensarán así. Pero, ¿debe permanecer el autor tan en último plano? Yo creo que actualmente [en realidad] somos demasiado escrupulosos en cuanto a estas apariciones personales.”

“La novela de ideas. El carácter de cada personaje debe hallarse indicado, en tanto sea posible, en las ideas de las cuales se hace portavoz. Dentro del límite en que las teorías son racionalizaciones de sentimientos, instintos, disposiciones de alma, esto es factible. El defecto capital de la novela de ideas está en la necesidad de meter en escena personajes que tienen ideas que expresar, que excluye aproximadamente la totalidad de la raza humana, salvo acaso un 1 por 10.000. De aquí que los verdaderos novelistas congénitos no escriban esos libros. Pero, por otro lado, yo no pretendo ser un novelista congénito.”

“El gran defecto de la novela de ideas está en que es una cosa arreglada, artificial. Necesariamente; pues las gentes capaces de desarrollar tesis propiamente formuladas no son del todo reales, son ligeramente monstruosas. A la larga, el vivir con monstruos resulta un tanto fastidioso.”

Tenemos al alcance de nuestra mente, tengo, después de haber leído estos extractos una serie de temas que se nos escapan. Se me escapan, pero ahí están, aquí.

En resumen: el nuevo instinto virtual (que no material), totalizador, voyeur, incansable, afísico; la responsabilidad del intelectual en cuanto a la neurosis moderna (y completamente colectivizada); el hikkikomorismo cada vez más avanzado, una especie de cáncer lento, pero seguro al 100%, como esas páginas a las que se salta cuando uno quiere disfrutar de un bien material o virtual vía tarjeta bancaria); una educación en sentido contrario (algo así como que tú mismo aprendes a meterte trocitos de plastilina verde en la nariz, en vez de comerte los mocos, —que están ahí para algo—); la monstruosidad de lo industrialmente moderno, y la que conlleva el intentar explicarse lo ya resumido.

Las preocupaciones de Philip Quarles (autorretrato del propio Huxley) por la metavida es equiparable a la preocupación de Gide por la vida. Si es verdad que Huxley toma “Los Monederos Falsos” como modelo para “Contrapunto”, no hay más remedio que afirmar que Huxley, por muy buena novela que sea “Contrapunto” (que lo es), fracasa en su acercamiento artístico intentando describir la vida real. Lo consigue, pero se queda a las puertas de la realidad. Hay demasiada explicación, demasiados diálogos cortantes, fríos, sesudos, de altos vuelos intelectuales (que precisamente atacan el intelectualismo como el expuesto más arriba). Es un cazador cazado; (como es mi caso, al intentar resumir la novela). No me va a ayudar demasiado cuando me las tenga que ver dentro de poco con el camarero que me sirva el café (porque aquello de las copas nocturnas, el paciente barman, la música —¿me pones una de Led Zeppelin, por favor?—, y la charla hasta el amanecer ya pasó a mejor vida en mi caso).

Y he decidido dejar para el final lo mejor, es decir, las ideas sobre la novela, y el escritor, porque realmente es lo que más me interesa de “Contrapunto”. Todas las disquisiciones intelectuales, por interesantes que parezcan, no dejan de ser puñetazos al aire. Me quedo con “Mientras Jones asesina a su esposa, Smith empuja el cochecillo de niño en el parque.” A partir de aquí, a excavar. También debería de leer de nuevo a Lawrence un día de estos.

Mishima, 25 de Noviembre

Friday, November 25th, 2011

Hace siete años que no leo a Yukio-san.

Los Monederos Falsos (André Gide)

Thursday, November 3rd, 2011

 

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Novela leída en la edición de Seix Barral de 1984 (para su colección “Obras Maestras de la Literatura Contemporánea”, número 51, -ciertos libros marrones con tapa de cuero, cuatro florecillas doradas a lo largo del lomo, de esos que parecen abrazar precisa, y solamente, obras maestras). Antes de ir con el señor Gide, apuntar que por este orden, al principio, fueron publicadas en esta misma colección, obras de García Márquez, Cela, Llosa, Hemingway y Greene. La pareja Seix y Barral no empezaba bien, en mi humilde opinión; el tufo a best-seller es evidente. Mejoran después con Borges, Camus, Hesse, Moravia, Malraux, Faulkner, Mann, Nabokov, Sartre, Kakfa, Machado, ¡Céline! (ya el número 23 de la colección), Delibes, Joyce, Capote, Rulfo… -y alguno que me he saltado-. No es mi intención criticar excesivamente la selección para esta colección; aprovecho el momento por aquello de dejar apuntes y exámenes pendientes para el futuro (con la idea fundamental de poder rectificarme a mí mismo). No hay nada mejor que poner a parir a un escritor (de cierto renombre) sin haberlo leído, para después sentirse doblemente satisfecho con una posible lectura que nos demuestre que estábamos equivocados. Pero por lo que no paso, y nadie debería hacerlo, es dar por sentado que cualquier libro de tal colección de obras maestras, se merece tal calificativo. Y es que imagínense el panorama: el chaval con el libro marrón entre sus manos, apoyado en el poste de un vagón de metro, denostado y calificado de inmediato como intelectual de pacotilla por la clase de gente que sólo lee periódicos con fotografías a todo color; por otro lado, él mismo, odiándose por el tiempo perdido, el invertido en leer una obra que ni le gusta, ni le atrapa, ni le convence. Vaya plan. Es intuición lo que se necesita, o casualidad, y cada cual tiene la suya. A mí no me casan Llosa y Moravia, por ejemplo, ni por separado siquiera, pero no mi intuición, sino un despiste, hizo que empezara a leer al segundo. Enredando en un puesto de libros de ocasión en una tiendecita de la Travessera de Gracia, creí que me llevaba a casa no se qué de Nueva York de Paul Auster, -esta vez según una recomendación de un viejo conocido (por cierto, y como creo que mi querido e invisible lector ya se habrá dado cuenta, tiendo mucho más a hacer recomendaciones que a aceptarlas)-, y resulta que aparecí en casa con “Yo y Él”, de Moravia, de la misma colección que el libro de Auster (que no es la de los libros marrones, sino otra selección de a saber ahora quién, de color más oscuro, grisáceo). Frente a las olas de cierta cala de la Costa Brava, me di cuenta de que la lectura de “Yo y Él” superaba mis expectativas, me empezó a gustar, y me dejé llevar. Es una obra que recomiendo desde aquí, especialmente a cualquier lector masculino, a quien no le importe realizar una lectura sesentera, un poco rancia, con halitósico olor a liberación psicoanalítica italiano-comunista-sexual. El problema de Moravia es que, siendo un buen escritor, y un buen creador y analista de situaciones e ideas, se ve entrampado por la anterior combinación. Pasados los años, queda el poso literario, rico en matices aún. Que ya es algo. O mucho. Porque con Llosa, ¿qué queda? ¿O qué podemos esperar que quede de un tipo tan repulsivo desde un punto de vista intuitivo? No hay nada que intuir en él, como en Hemingway o Cela. Por supuesto que tendrán su poso literario, como todo autor que se precie, pero el proceso de filtración es, o bien demasiado rápido (Hemingway), o demasiado lento (Cela), por lo que si uno tiene ganas de llevarse una buena novela a la cabeza (o al corazón), no puede esperar a que el café salga directamente aguachirri; o, oscuro como la noche, gota a gota, y ya leeré cuando me toque, que me duermo.

Lomo

Se podría dividir a los escritores en tres grupos. Los que nos invitan, por una razón u otra, a dejar de leerlos, a intentarlo con otro; los que nos incitan a seguir leyéndolos, en otro espacio, en otro tiempo; y los que, además de esto último, nos animan a ejercer la escritura por nuestra cuenta. De los primeros, hay que huir como de la peste, y ya mal vamos, si hemos caído en su particular trampa. De los segundos, la mayoría, decir que son como los hidratos de carbono; sin ellos, no es que no podamos o dejemos de escribir, es que ni siquiera tendremos fuerzas para acudir a la librería de turno a por más alimento. Gide entra, en mi opinión, en la tercera categoría. Aparte de querer saber más sobre su obra, la lectura de “Los Falsos Monederos” puede ser de mucha utilidad a la hora de plantearse en la cabecita de uno mismo el acometimiento, no de la escritura misma, sino de un esquema lo suficientemente estable de lo que uno quisiera escribir; o quisiera poder llegar a escribir. Dicho de otra manera, la lectura de “Madame Bovary”, por ejemplo, es uno de los ladrillos del futuro muro que queremos enseñar a nuestro público. Bien construido, bien decorado, con sus ventanas, y con su gran puerta de entrada al Hall de la Lectura. Otro ladrillo bien podría ser una buena novela de Stephen King. Y así sucesivamente. Gide nos da el cemento, lo que ayudará a que la estructura de ladrillos se mantenga y aguante el envite de los vientos y de las mareas criticonas. “Les Faux-Monnayeurs” es una novela-proteína, una novela-cemento. Y con ellas nos encontramos como de sopetón, casi sin quererlo; hay una voz interior que nos lo hace saber. Y para mí es esta, y para ti aquella. ¡No van a coincidir! ¡Por supuesto! ¡Y menos mal! (Mi perfecto ejemplo de novela-cemento es “El Hombre En El Castillo” de Philip K. Dick. De su simple lectura, nació mi segunda novela).

La novela de Gide se abre con la siguiente cita:

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Le tenía yo por más joven a Gide, por lo que, en principio, pensé que se trataba de su primer trabajo a nivel de escritura y de publicación. Nada más lejos de la realidad. Al publicar “Los Falsos Monederos”, Gide ya contaba con unos cincuenta años, y con una carrera de mérito. Si escribe esta dedicatoria al principio de su obra, es porque él consideró que ésta realmente representa su primera novela como tal (sabido es que los franceses han sabido diseccionar los géneros literarios mejor que nadie, y de mayor mérito es el hecho de que parece que se aclaran entre ellos). Hace unos días, estando con unos amigos haciendo una cola para comprar unas entradas de cine, se me ocurrió un repentino (y doble) plan. Escaparme unos minutos a una biblioteca cercana, hacer una visita al baño de ésta, y de paso, después, localizar la G en sus baldas de ficción. A continuación, la combinación GID. Y me encontré con una sola que era GIDE. Una edición que incluía “El Inmoralista”, y “Les Faux-Monnayeurs”, y una breve biografía. (Esta pequeña historia que cuento podrá sonar pasada de moda, incluso hoy, más cuanto más tiempo pase. Pero sí, en vez de recurrir a los botoncitos de turno, esto es lo que hice. Bebí un trago en la biblioteca, en resumen). Me enteré de que Gide fue un tipo importante en cuanto pionero al editar la más importante revista literaria francesa de su momento; alguien que se debía al siglo XIX como escritor; alguien preocupado por su época, por él mismo, por su moral, ética, y comportamiento; alguien consciente de ser escritor, y de estar también preocupado por ello.

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El comienzo de la novela es de una potencia espectacular. Aún con estructura del XIX, una presentación rápida y concisa de un amplio manojo de personajes, unido a un interés REAL por ellos (del propio autor), -que se respira inmediatamente-, hacen que el lector enseguida tome asiento, se acomode, y no quiera perderse nada del espectáculo. Este gráfico muestra una idea del barullo personajil que se armaría el lector en su cabeza si no fuera por el inmenso cuidado y atención que se toma por sus personajes Gide.

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Y digamos que, directo al cerebro, ya nos lo hemos bajado en un 20% más o menos (página 77 de mi edición marrón). Entonces, Gide, a través de uno de los personajes centrales, Eduardo, escribe:

“Despojar a la novela de todos los elementos que no pertenezcan específicamente a la novela. Así como la fotografía, en otro tiempo, desembarazó a la pintura de la preocupación de ciertas exactitudes, el fonógrafo limpiará sin duda mañana a la novela de sus diálogos transcritos, de los que se vanagloria con frecuencia el realista. Los acontecimientos exteriores, los accidentes, los traumatismos, pertenecen al cine; está bien que la novela se los deje. Hasta la descripción de los personajes no me parece en absoluto que pertenezca propiamente al género. Sí, realmente, no me parece que la novela “pura” (y en arte, como en todo, sólo importa la pureza) deba ocuparse de ello. Como no lo hace el drama. Y que no se me diga que el dramaturgo no describe sus personajes porque el espectador está llamado a verlos llevados completamente vivos a la escena; porque cuántas veces no nos ha molestado, en el teatro, el actor, y nos ha hecho sufrir el que se pareciese tan mal a quien, sin él, nos imaginábamos tan bien. El novelista, por lo general, no abre suficiente crédito a la imaginación del lector.”

Vamos por partes. (Eduardo debería ser Edouard, pero el traductor, castellaniza lo incastellanizable. Error que se subsana en esa edición que vi en la biblioteca).
Estamos en 1925. Por entonces, el drama supera al cine. La fotografía parece estar bien posicionada ante la pintura. El fonógrafo no parece ni siquiera combatir.

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Pasados casi cien años, comparto con Gide la idea de la falsa vanagloria del autor realista. Rellenar novelas con diálogos de la calle no es más que un acto de cobardía, de bajeza artística, de pereza mortal. ¡Y no digamos hoy en día! Quien quiera, y yo también, establecer un contacto con el mundo real, y sobre todo, con la juventud (tema que apasionaba a Gide, por otro lado, -en su aspecto más masculino y carnal-) y su futuro, no tiene más remedio que leer periódicos, o mejor, aficionarse por la antropología, la sociología, o la psicolingüística. Se puede escribir, en todo caso, una novela cercana al ensayo, o a ese género que es la gran esperanza de la novela como tal: la ciencia ficción (en concreto, me refiero a la hard sci-fi, no a lo fantástico ni a la fantasía). La fotografía se ha cebado (incluso demasiado) con la pintura. El cine ha barrido al drama, y de paso, casi, casi, a la novela, ayudado del fonógrafo, convertido en dispositivo músico-microfónico portátil y ubicuo. ¿Qué le queda a la novela? Poco, muy poco. O uno se tira al monte con la experimentación (o lo que es lo mismo, excavación en el subsuelo histórico literario en busca del truco que en su día funcionó -o no, da igual-), o se pone a narrar al estilo clásico. ¿Qué es esto último? Primero querer contar algo, y después, contarlo. No al revés, que es la trampa en la que se cae (caemos) el autor que se ve demasiadas veces invadido por el poder del cine, y del fonógrafo (tecnología). Es de esperar que de una vez por todas el cine se estrelle contra el muro de irrealidad que él solito se ha construido durante este siglo pasado. Y escribo irrealidad refiriéndome a que el noventa y cinco por ciento de las películas que se ruedan, al menos en Occidente, cuentan historias que nadie ha pedido que se cuenten. Es decir, se realizan no por su interés intrínseco, o real, sino porque sí. Dan ganas de vomitar. O lo que es lo mismo, de escribir, de contar uno mismo lo que tenga que contar. El problema que se genera al realizarse este deseo es que se termina novelizando lo que estoy tratando de expresar en este pequeño trabajo. Demasiada novela neurótica que el autor devuelve a la sociedad, quiero pensar, con la mejor intención del mundo. Cien años después, o casi, hay que agarrarse al modelo clásico de novela, o esto es lo que pienso.

 

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Primera Edición en Gallimard

Y es lo que hace Gide en “Los Falsos Monederos”, aunque la novela tenga un barniz de modernidad (que hoy en día todavía aguanta bien). Es como leer a Balzac, con cierta añadiduras. Y seguramente, mejor escrito. Porque la trama que teje Gide es tal que atrapa, entre otras cosas, por esa preocupación por el personaje que destila el autor en todo momento. Supongo que ahora se me entiende mejor cuando escribía más arriba que “Los Falsos Monederos” es una novela-cemento.
Añado otro pequeño extracto (al comienzo del último tercio de la novela, página 273), un diálogo entre dos de los jóvenes protagonistas:

“—Nada de lo que escribiría fácilmente me tienta. Precisamente, porque hago bien mis frases, me horrorizan las frases bien hechas. No es que ame yo la dificultad por ella misma; pero encuentro que, realmente, los escritores de hoy no se molestan lo más mínimo. No conozco lo suficiente la vida de los demás para escribir una novela; y yo mismo no he vivido aún. Los versos me aburren. El alejandrino está usado hasta más no poder; el verso libre es informe. El único poeta que me satisface hoy es Rimbaud.
—Eso es, precisamente, lo que digo en el manifiesto.
—Entonces, no vale la pena que lo repita yo. No, chico, no; no sé si escribiré. A veces me parece que escribir me impide vivir, y que puede uno expresarse mejor con actos que con palabras.
—Las obras de arte son actos que perduran —arriesgó tímidamente Oliverio; pero Bernardo no le escuchaba.
—Eso es lo que más admiro en Rimbaud: haber preferido la vida.
—Estropéo la suya.
—¿Tú qué sabes?
—¡Oh!, chico, eso…
—No se puede juzgar la vida de los demás por lo externo. Pero, en fin, pongamos que haya fracasado; sufrió la mala suerte, la miseria y la enfermedad… Tal como es su vida, la envidio; sí, la envidio más, incluso, con su fin sórdido, que la de …
Bernardo no acabó la frase; a punto de nombrar a un contemporáneo ilustre, dudaba entre demasiados nombres.”

Gide plantea en este pequeño diálogo la eterna cuestión sobre el arte y la vida. Puesto en boca de dos jovencitos pre-universitarios. Demasiado jóvenes. Depende de quién se rodee uno, claro está. Pero si nos alejamos del realismo, podemos ver en sus personajes un claro simbolismo: el futuro de la novela depende de sus personajes, del concepto que ellos mismos tengan del arte, y de la vida. Esto si nos tomamos la novela como el único superviviente de los antiguos portavoces del arte hacia la vida. Ya no quedan más, o esto me parece a mí. La novela, portavoz, sí, abanderada también, de lo que nos queda de libertad, de igualdad, y de fraternidad. Los demás han caído, (o nos han traicionado, que es peor).
Pasando a temas más literarios. Copio un nuevo extracto de la novela, en el que se confirma la preocupación de Gide por el mundo moral que le rodea. Es el año 1925. Me pregunto ahora mismo si este Gide tiene algo que ver con el surrealismo. Breton escribe un año antes su primer manifiesto. Ambos André coinciden en ser comunistas, y antes de que Gide visite la URSS a principios de los años 30, en el 26 y 27 se va de visita a las colonias francesas en África. Vamos, un tipo con suerte. En todas las salsas. Céline en 1932 escribe su primer vómito personal, “Viaje Al Fin De La Noche”, pieza ineludible en este puzzle que es, como que no quiere la cosa, bastante surreal. A Céline hay que agradecerle su sinceridad; a Gide, su bien expresada angustia. Escribe (pág. 121) por uno de sus personajes más logrados (La Pérouse):

“—¿A usted también le parece que hago mal? No he podido nunca comprender por qué nos prohíbe eso la religión [el suicidio]. He meditado mucho en estos últimos tiempos. Cuando yo era joven, hacía una vida muy austera; me felicitaba por mi fuerza de voluntad cada vez que rechazaba una proposición. No comprendía que, creyendo libertarme, me convertía cada vez más en esclavo de mi orgullo. Cada uno de esos triunfos sobre mí mismo, era una vuelta de llave que daba a la puerta de mi cabeza. Eso es lo que quería decir hace un momento cuando le afirmaba que Dios me ha engañado. Me ha hecho tomar mi orgullo por virtud. Dios se ha burlado de mí. Se divierte. Creo que juega con nosotros como un gato con un ratón. Nos envía tentaciones a las que Él sabe que no podemos resistir; y cuando nos resistimos, a pesar de todo, se venga de nosotros más aún. ¿Por qué nos guarda ese rencor?”

A Gide, en su novela, le preocupaba sobremanera establecer una relación sistemática entre lo que es realidad y la realidad de lo ocurre en la novela. Así, tantos años después, se puede decir que Gide no fue más que uno de los millones de ratones atrapados en aquella época tan rica en gatunos acontecimientos; pero más que ratón, rata, y afortunada. Describió su época, se preocupó por ella, y encima, intentó comprenderla.

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Primer número de la más importante revista literaria francesa, dirigida por Gide

 

¿Y qué hacemos nosotros? Al menos, la obra completa de Gide está prohibida por el Vaticano. Eso ya quiere decir algo, aunque en favor de la prohibición, jugó un papel importante su reivindicante homosexualidad. Hoy, ni eso. Como decía, el vómito al estilo de Céline está superado. Es de mal gusto, por la repetición, no por otro motivo. El surrealismo cercano al fascismo (que tan alegremente se acercó a Stalin al principio) nos rodea por todas partes, porque si no te gusta, no estás conmigo, y si te gusta y crees que te acepto, comulgas conmigo; porque recuerdas bastante a menudo que para ser un muchacho ni joven ni viejo, ya te han echado de unos cuantos lugares a los que has acudido arrastrándote de rodillas. No a patadas, precisamente, sino con la mayor educación. Es triste. Es como intentar devolver un abrigo que has comprado de terceras rebajas por diez euros. De tu talla, de tu color preferido; hasta tu chica está de acuerdo en que es una gran compra. Pero llega el invierno, y te das cuenta de que no abriga una mierda.
El escritor debería de volver a la narración clásica.

Enmarcada en la ciencia ficción. Debería. Nada de debe.

Céline y su “Viaje Al Fin De La Noche” (IV Parte)

Tuesday, July 26th, 2011

Cuarta y última parte dedicada a esta inconmensurable novela. El protagonista, Ferdinand, vuelve a Francia, tras sus aventuras en colonias, y en América. En esta parte surge con fuerza el concepto tan francés, tan baudelairiano de “ennui“.

FRANCIA

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“Al entrar, olía de lo lindo, en casa de los Henrouille, además del humo, el retrete y el guiso. Acababan de pagar su hotelito. Eso representaba sus cincuenta buenos años de economías. En cuanto entrabas en su casa y los veías, te preguntabas qué les pasaba, a los dos. Bueno, pues, lo que les pasaba, a los Henrouille, lo que en ellos parecía natural, era que nunca habían gastado, durante cincuenta años, un solo céntimo, ninguno de los dos, sin haberlo lamentado. Con su carne y su espíritu habían adquirido su casa, como el caracol. Pero el caracol lo hace sin darse cuenta.
Los Henrouille, en cambio, no salían de su asombro por haber pasado por la vida nada más que para tener una casa e, igual que las personas a las que acaban de sacar de un encierro, entre cuatro paredes, les resulta muy extraño. Debe de poner una cara muy rara la gente, cuando la sacan de una mazmorra.
Desde antes de casarse, ya pensaban, los Henrouille, en comprarse una casa. Por separado, primero, y, después, juntos. Se habían negado a pensar en otra cosa durante medio siglo y, cuando la vida los había obligado a pensar en otra cosa, en la guerra, por ejemplo, y sobre todo en su hijo, se habían puesto enfermos a morir”.

“Se había hecho con un papel favorable, que le proporcionaba emoción. Una felicidad inagotable. Mientras eres capaz aún de desempeñar un papel, tienes asegurada la felicidad. Las jeremiadas, para vejestorios, lo que le habían ofrecido desde hacía veinte años, la tenían harta, a la vieja Henrouille. Ese papel, que le habían brindado en bandeja, virulento, inesperado, ya no lo soltaba. Ser viejo es no encontrar ya un papel vehemente que desempeñar, es caer en un eterno e insípido «día sin función», donde ya sólo se espera la muerte. El gusto por la vida recuperaba, la vieja, de pronto, con un papel vehemente de revancha. De pronto, ya no quería morir, nunca. Con ese deseo de supervivencia, con esa afirmación, estaba radiante. Recuperar el fuego, un fuego de verdad en el drama”.

“En el último momento, mediante un anuncio ambiguo en una revista médica, había podido aferrarse por los pelos a otro modesto medio de subsistencia. No gran cosa, evidentemente, pero, de todos modos, un apaño descansado y de su especialidad. Se trataba de la astuta aplicación de las teorías recientes del profesor Baryton sobre el desarrollo de niños cretinos mediante el cine. Un gran paso adelante en el subconsciente. No se hablaba de otra cosa en la ciudad. Era moderno”.

“No vale la pena debatirse, esperar basta, ya que todo acabará pasando por la calle. Ella sola cuenta, en el fondo. No hay nada que decir. Nos espera. Habrá que bajar a la calle, decidirse, no uno, ni dos, ni tres de nosotros, sino todos. Estamos ahí delante, haciendo remilgos y melindres, pero ya llegará.

En las casas, nada bueno. En cuanto una puerta se cierra tras un hombre, empieza a oler enseguida y todo lo que lleva huele también. Pasa de moda en el sitio, en cuerpo y alma. Se pudre. Si apestan, los hombres, nos está bien empleado. ¡Debíamos ocuparnos de ello! Debíamos expulsarlos, exponerlos. Todo lo que apesta está en la habitación y adornado, pero hediondo, de todos modos.

Hablando de familias, conozco a un farmacéutico, en la Avenue de Saint-Ouen, que tiene un hermoso rótulo en el escaparate, un bonito anuncio: ¡tres francos la caja para purgar a toda la familia! ¡Un chollo! ¡Eructan! Obran juntos, en familia. Se odian con avaricia, en un hogar de verdad, pero nadie protesta, porque, de todos modos, es menos caro que ir a vivir a un hotel.

El hotel, ya que hablamos, es más inquieto, no tiene las pretensiones de un piso, te sientes menos culpable en él. La raza humana nunca está tranquila y para descender al juicio final, que se celebrará en la calle, evidentemente estás más cerca en el hotel. Ya pueden venir, los ángeles con trompetas, que estaremos los primeros, nosotros, nada más bajar del hotel”.

“Yo, por mi parte, economicé ese deseo de dormitar y me lo reservé para la noche. Los miedos, supervivientes de la jornada, alejan demasiado a menudo el sueño y, cuando tienes la potra de hacerte, mientras puedes, con una pequeña provisión de beatitud, habrías de ser muy imbécil para desperdiciarla en fútiles cabezadas previas. ¡Todo para la noche! ¡Es mi lema! Hay que pensar todo el tiempo en la noche. Y, además, que estábamos invitados también para la cena, era el momento de recuperar el apetito…”.

“La remuneración, en aquel manicomio era mínima, cierto es, pero, en cambio, la alimentación era bastante buena y el alojamiento perfecto. También podíamos tirarnos a las enfermeras. Estaba permitido y reconocido tácitamente. Baryton, el patrón, no tenía nada en contra de esas diversiones e incluso había comentado que esas facilidades eróticas mantenían el apego del personal a la casa. Ni tonto, ni severo”.

“Un loco no es sino las ideas corrientes de un hombre pero bien encerradas en una cabeza. El mundo no pasa a través de su cabeza y se acabó. Se vuelve como un lago sin ribera, una cabeza cerrada, una infección”.

“Vigny-sur-Seine se presenta entre dos esclusas, entre sus dos oteros, desprovistos de vegetación, es un pueblo que se transforma en suburbio. París va a absorberlo.
Pierde un jardín por mes. La publicidad, desde la entrada, lo envuelve abigarrado como un ballet ruso. La hija del ordenanza sabe hacer cócteles. Sólo el tranvía se empeña en pasar a la historia, no se irá sin revolución. La gente está inquieta, los hijos ya no tienen el mismo acento que sus padres. Te encuentras como incómodo al pensarlo, de ser aún de Seine-et-Oise. Se está produciendo el milagro. El último parterre desapareció con la llegada de Laval al Ministerio y las asistentas cobran veinte céntimos más por hora desde las vacaciones. Se ha establecido un bookmaker. La empleada de la estafeta de correos compra novelas pederásticas e imagina otras mucho más realistas. El cura dice «mierda» cada dos por tres y da consejos sobre la Bolsa a los que son buenos. El Sena ha matado sus peces y se americaniza entre una fila doble de volquetes-tractores-remolcadores que le forman al ras de las riberas una terrible dentadura postiza de basuras y chatarra. Tres agentes inmobiliarios acaban de ir a la cárcel. Nos vamos organizando”.

“Así, pues, no creáis nunca de entrada en la desgracia de los hombres. Limitaos a preguntarles si aún pueden dormir… En caso de que sí, todo va bien. Con eso basta”.

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“Las cosas que más te interesan, un buen día decides comentarlas cada vez menos, y con esfuerzo, cuando no queda más remedio. Estás pero que muy harto de oírte hablar siempre… Abrevias… Renuncias… Llevas más de treinta años hablando… Ya no te importa tener razón. Te abandona hasta el deseo de conservar siquiera el jequecito que te habías reservado entre los placeres… Sientes hastío… En adelante te basta con jalar un poco, tener un poco de calorcito y dormir lo más posible por el camino de la nada. Para recuperar el interés, habría que descubrir nuevas muecas que hacer delante de los demás… Pero ya no tienes fuerzas para cambiar de repertorio. Farfullas. Buscas aún trucos y excusas para quedarte ahí, con los amiguetes, pero la muerte está ahí también, hedionda, a tu lado, todo el tiempo ahora y menos misteriosa que una partida de brisca. Sólo conservas, preciosas, las pequeñas penas, la de no haber encontrado tiempo para ir a Bois-Colombes a ver, mientras aún vivía, a tu anciano tío, cuya cancioncilla se extinguió para siempre una noche de febrero. Eso es todo lo que has conservado de la vida. Esa pequeña pena tan atroz, el resto lo has vomitado más o menos a lo largo del camino, con muchos esfuerzos y pena. Ya no eres sino un viejo reverbero de recuerdos en la esquina de una calle por la que ya no pasa casi nadie”.

“A fin de cuentas, fue culpa mía que volviéramos a hablar y que la disputa se reanudara al instante y con más fuerza. Con las palabras todas las precauciones son pocas; parecen mosquitas muertas, las palabras, no parecen peligros, desde luego, vientecillos más bien, ruiditos vocales, ni chicha ni limonada, y fáciles de recoger, en cuanto llegan a través del oído, por el enorme hastío, gris y difuso, del cerebro. No desconfiamos de las palabras y llega la desgracia”.

“Yo ya lo había visto muy enfermo, y en muchos lugares diferentes, pero aquello era un asunto en que todo era nuevo, los suspiros y los ojos y todo. Ya no se lo podía retener, podríamos decir, se iba de minuto en minuto. Transpiraba con gotas tan gruesas, que era como si llorase con toda la cara. En esos momentos es un poco violento haberse vuelto tan pobre y tan duro. Careces de casi todo lo que haría falta para ayudar a morir a alguien. Ya sólo te quedan cosas útiles para la vida de todos los días, la vida de la comodidad, la vida propia sólo, la cabronada. Has perdido la confianza por el camino. Has expulsado, ahuyentado, la piedad que te quedaba, con cuidado, hasta el fondo del cuerpo, como una píldora asquerosa. La has empujado hasta el extremo del intestino, la piedad, con la mierda. Ahí está bien, te dices”.

Las peripecias de Ferdinand se desarrollan en el entorno de la Avenue de St. Ouen, con el cementerio de Montmartre al norte, al sur el de Batignolles, en la zona de Clichy, cerca del primer gran cinturón periferico de Paris, el Boulevard Périphérique.

Imprescindible.

 

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Céline y su “Viaje Al Fin De La Noche” (III Parte)

Thursday, July 21st, 2011

Aquello de que no se tiene tiempo para hacer que si patatín que si patatán sigue siendo a veces una excusa; otras, una realidad. Pero el reino del Tiempo Controlador ya no es tan absoluto.

Hay que tener en cuenta el estado mental del personal. Tengo tiempo, y sin embargo, no me funciona bien el bolo. Porque hace mucho calor, o frío, tengo sueño atrasado, o una neurosis de caballo. A partir de aquí, el reloj juega al escondite. Quizás haya pasado desde siempre. Pero da la impresión de que aquel agricultor que hace un siglo, trabajaba de sol a sol, y de repente, como si tal cosa, un señalado día del Señor, enseñaba a sus colegas segadores su colección de bodegones pintados al óleo guardados celosamente en el sótano, hoy nos daría a entender de que no tiene tiempo ni para ver el telediario de la medianoche. ¡Como para pintar! ¡Ay!

Así pues, yo tampoco tiempo tiempo (entiéndase que es una excusa) para escribir un estudio más o menos sesudo sobre un grupito de novelas que tratan un tema que considero muy interesante: la llegada a América. La de antes de la Segunda Guerra Mundial. Saborear la visión del inmigrante. Por ejemplo, la visión del gran autor ruso Korolenko. De momento, nos conformaremos con la de Céline, que no es como para tomarla a broma.

AMÉRICA

Vendido a un tratante de esclavos por un cura de colonias (sabido es que son los mejores) , el protagonista de la novela llega a Nueva York, a América.

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“Nos entendimos sin problemas en relación con el currelo y creo incluso que, hacia el final de mi periodo de prueba, Mischief me tenía mucha simpatía. No verse es ya una buena razón para simpatizar y, además, sobre todo mi extraordinaria habilidad para atrapar las pulgas lo seducía. No había otro como yo en el puesto, para encerrarlas en cajas, las más rebeldes, las más queratinizadas, las más impacientes; era capaz de seleccionarlas según el sexo sobre el propio emigrante. Era un trabajo estupendo, puedo asegurarlo… Mischief había acabado fiándose por entero de mi destreza.
Hacia la noche, a fuerza de aplastar pulgas, tenía las uñas del pulgar y del índice magulladas y, sin embargo, no había acabado con mi tarea, ya que me faltaba aún lo más importante, ordenar por columnas los datos de su filiación: pulgas de Polonia, por una parte, de Yugoslavia… de España… Ladillas de Crimea… Sarnas de Perú… Todo lo que viaja, furtivo y picador, sobre la humanidad, me pasaba por las uñas. Era, como se ve, una obra a la vez monumental y meticulosa. Las sumas se hacían en Nueva York, en un servicio especial dotado de máquinas eléctricas cuentapulgas. Todos los días, el pequeño remolcador de la Cuarentena atravesaba la ensenada de un extremo a otro para llevar allí nuestras sumas por hacer o por verificar.
Así pasaron días y días, recobraba un poco la salud, pero, a medida que perdía el delirio y la fiebre en aquella comodidad, recuperé, imperioso, el gusto por la aventura y por nuevas imprudencias. Con 37 grados todo se vuelve trivial”.

“Avanzaba la gente hacia las luces colgadas en la noche y a lo lejos, serpiente agitada y multicolor. De todas las calles de los alrededores afluía. Forma un buen montón de dólares, pensé, una multitud así, ¡sólo en pañuelos, por ejemplo, o en medias de seda! ¡E incluso en pitillos sólo! ¡Y pensar que, aunque te pasees en medio de todo ese dinero, no consigues ni un céntimo más, ni para ir a comer siquiera! Es desesperante, cuando lo piensas, lo defendidos que van los hombres, unos de otros, como casas”.

“Entonces los sueños suben en la noche para ir a abrazarse en el espejismo de la luz en movimiento. No está del todo vivo lo que sucede en las pantallas, queda dentro un gran espacio confuso, para los pobres, para los sueños y para los muertos. Tienes que atiborrarte rápido de sueños para atravesar la vida que te aguarda fuera, a la salida del cine, resistir unos días más esa atrocidad de cosas y hombres. Eliges, de entre los sueños, los que más te reaniman el alma. Para mí, eran, lo confieso, los de cochinadas. No hay que ser orgullosos, le sacas, a un milagro, lo que puedes retener. Una rubia con unos chucháis [“pechos” en caló] y una nuca inolvidables creyó oportuno venir a romper el silencio de la pantalla con una canción sobre su soledad. Habría sido capaz de llorar con ella.
¡Eso es lo bueno! ¡Qué animos te da! El valor, lo sentía ya, me iba a durar dos días por lo menos”.

“¿Sería tal vez que a los habituados no les causaban el mismo efecto que a mí aquellos amontonamientos de materia y alvéolos comerciales? ¿Aquellas organizaciones de largueros hasta el infinito? Para ellos tal vez fuese la seguridad todo aquel diluvio en suspenso, mientras que para mí no era sino un sistema abominable de coacciones, en forma de ladrillos, pasillos, cerrojos, ventanillas, una tortura arquitectónica gigantesca, inexpiable.
Filosofar no es sino otra forma de tener miedo y no conduce sino a simulacros salvajes”.

“Al tiempo que peroraba así, artificial y convencional, no podía dejar de percibir con mayor claridad aún otras razones, además del paludismo, para la depresión física y moral que me abrumaba. Se trataba, por lo demás, de un cambio de costumbres, tenía que aprender una vez más a reconocer nuevos rostros en un medio nuevo, otras formas de hablar y mentir. La pereza es casi tan fuerte como la vida. La trivialidad de la nueva farsa que has de interpretar te agobia y, en resumidas cuentas, necesitas aún más cobardía que valor para volver a empezar. Eso es el exilio, el extranjero, esa inexorable observación de la existencia, tal como es de verdad, durante esas largas horas lúcidas, excepcionales, en la trama del tiempo humano, en que las costumbres del país precedente te abandonan, sin que las otras, las nuevas, te hayan embrutecido aún lo suficiente”.

“Quería dejarme tirado en plena noche y lo antes posible. Cosa normal. De tanto verte expulsado así, a la noche, has de acabar por fuerza en alguna parte, me decía yo. Era el consuelo. «Ánimo, Ferdinand –me repetía a mí mismo, para alentarme-, a fuerza de verte echado a la calle en todas partes, seguro que acabarás descubriendo lo que da tanto miedo a todos, a todos esos cabrones, y que debe de encontrarse al fin de la noche. ¡Por eso no van ellos hasta el fin de la noche!»”.

“Mientras disfrutaban los equipos, yo, por mi parte, escribía relatos cortos en la cocina y para mí sólo. El entusiasmo de aquellos deportistas por las criaturas del lugar no alcanzaba, desde luego, al fervor, un poco impotente, del mío. Aquellos atletas tranquilos en su fuerza estaban hartos de perfección física. La belleza es como el alcohol o el confort, te acostumbras a ella y dejas de prestarle atención”.

“¡Ah, si la hubiera conocido antes, a Molly, cuando aún estaba a tiempo de seguir un camino y no otro! ¡Antes de perder mi entusiasmo con la puta de Musyne y el bicho de Lola! Pero era demasiado tarde para rehacer la juventud. ¡Ya no creía en ella! En seguida te vuelves viejo y forma irremediable. Lo notas porque has aprendido a amar tu desgracia, a tu pesar. Es la naturaleza, que es más fuerte que tú, y se acabó. Nos ensaya un género y ya no podemos salir de él. Yo había seguido la dirección de la inquietud. Te tomas en serio tu papel y tu destino poco a poco y luego, cuando te quieres dar cuenta, es demasiado tarde para cambiarlos. Te has vuelto inquieto y así te quedas para siempre”.

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Lola y Musyne, y sobre todo Molly, son trasuntos, mezclas, de Elisabeth Craig, mujer que existió en la vida real, compañera de fatigas de Céline, norteamericana.

Como leemos, la visión de Céline sobre la metrópoli, era ya inauditamente moderna. Esta tercera parte de la novela es también colosal. De aventura en aventura, dejamos los tintes Conradianos/Naipaulescos, y entramos en temáticas urbanas, que más tarde todos hemos cultivado, sobre todo en nuestra vida real. Próximamente, volveremos a la campiña francesa. Au revoir!

Céline y su “Viaje Al Fin De La Noche” (II Parte)

Wednesday, July 20th, 2011

Vuelvo a la carga con Céline. Novela fundacional de un género que todavía sigue vivo y coleando, el de la sincera pedorreta existencialista. Precursora de Sartre, y de lo que esto conlleva, a muchos niveles.

LAS COLONIAS

Puente entre Conrad y Naipaul, casi nada.

La segunda parte de la novela, el mundo de las colonias europeas en África, inhóspito, vil y traicionero, tema fundamental sobre el que escribió el polaco, y escribe, el de Trinidad (que nació el mismísimo año en el que se publicó “Viaje Al Fin De La Noche”, 1932).

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“La introducción del hielo en las colonias, está demostrado, había sido la señal de la desvirilización del colonizador. En adelante, soldado a su helado aperitivo por la costumbre, iba a renunciar, el colonizador, a dominar el clima mediante su estoicismo exclusivamente. Los Faidherbe, los Stanley, los Marchand, observémoslo de pasada, no se quejaron nunca de la cerveza, el vino y el agua tibia y cenagosa que bebieron durante años. No hay otra explicación. Así se pierden las colonias”.

“El negrito, mi guía, volvía sobre sus pasos para ofrecerme sus servicios íntimos y, como yo no estaba animado aquella noche, se ofreció, al instante, desilusionado, a presentarme a su hermana. Me habría gustado saber cómo podría habría podido encontrarla, a su hermana, en semejante noche”.

“La estaca acaba cansando a quien la maneja, mientras que la esperanza de llegar a ser poderoso y rico con que están atiborrados los blancos no cuesta nada, absolutamente nada. ¡Que no vengan a alabarnos el mérito de Egipto y de los tiranos tártaros! Esos aficionados antiguos no eran sino unos maletas petulantes en el supremo arte de hacer rendir al animal vertical su mayor esfuerzo en el currelo. No sabían, aquellos primitivos, llamar «Señor» al esclavo, ni hacerle votar de vez en cuando, ni pagarle el jornal, ni, sobre todo, llevarlo a la guerra, para liberarlo de sus pasiones. Un cristiano de veinte siglos, algo sabía yo al respecto, no puede contenerse cuando por delante de él acierta a pasar un regimiento. Le inspira demasiadas ideas”.

“«Y, además, la aldea, -añadió-. No hay ni cien negros en ella, pero arman un tiberio, los maricones, ¡como si fueran dos mil!… ¡Ya verá usted también lo que son ésos! ¡Ah! Si ha venido usted por el tam-tam, ¡no se ha equivocado de colonia!… Porque aquí lo tocan porque hay luna y después porque no la hay… Y luego porque esperan la luna… En fin, ¡siempre por algo! ¡Parece como si se entendieran con los bichos para fastidiarte, esos cabrones! Como para volverse locos, ¡se lo aseguro! Yo me los cargaba a todos de una vez, ¡si no estuviera tan cansado!… Pero prefiero ponerme algodón en los oídos… Antes, cuando aún me quedaba vaselina en el botiquín, me la ponía, en el algodón, ahora pongo grasa de plátano en su lugar. También va bien, la grasa de plátano… Así, ¡ya se pueden correr de gusto con todos los truenos del cielo, esos maricones, si eso los excita! ¡A mí me la trae floja, con mi algodón engrasado! ¡No oigo nada! Los negros, se dará usted cuenta en seguida, ¡están hechos una mierda!… Pasan el día en cuclillas, parecen incapaces de levantarse para ir a mear siquiera contra un árbol y después, en cuanto se hace de noche, ¡menudo! ¡Se vuelven viciosos! ¡Puro nervio! ¡Histéricos! ¡Pedazos de noche atacados de histeria! Ya ve usted cómo son los negros, ¡se lo digo yo! En fin, una panda de asquerosos… ¡Degenerados, vamos!…»”.

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Todas estas barbaridades que suelta el personaje de Céline son producto de su época. Evidentemente. Él mismo llegó un junio de 1916 a Douala / Fort-Gono, en lo que hoy sería Camerún. No sé qué haría por allí (no es que haya mucha información en la red), pero nos dejó bien descrito el magma cultural de cualquier europeo habitante de las colonias; una mezcla de prejuicios racistas, superioridad prepontentísima, y actitud de funcionario harto de la vida. Qué duda cabe que Naipaul describe las colonias, y lo que ocurre en ellas, como si fuera un espléndido doctor dotado de un perfecto bisturí. Céline se ciñó a ser sincero, aunque algo patoso estéticamente; al menos, para los tiempos que corren.

Iremos a América más tarde.

Céline y su “Viaje Al Fin De La Noche” (I Parte)

Tuesday, July 19th, 2011

 

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Así, presentado, Louis Ferdinand no parece un tipo especialmente atractivo. Una especie de escritorzuelo, con mucha mala leche, de novelas negras, quizás.

El lector se encuentra ante un tocho de 600 páginas. ¿Qué hacer? Los del Ministerio de Cultura francés decidieron en Enero de este año suspender los fastos por el 50 aniversario de su muerte (dado su antisemitismo, etc, etc…), el 1 de Julio de 1961. Y resulta que, como suele ocurrir, han conseguido el efecto contrario, y dado mi interés por el caso, hace unos cinco meses me compré esta novela por cinco euros, y ahora que hace mucho calor, tengo más tiempo libre, y mucho más sueño que de costumbre, lo que yo necesitaba leer era algo al estilo de “Viaje Al Fin De La Noche”.

Sería cansino si escribiera aquí razones a favor, y en contra, de la cancelación de la celebración. Ambas existen. Con tantos muertos no se juega, ni en broma; no se puede ser tan cabrón. Pero, por otro lado, hoy en día, ser antisemita, nazi, o racista, poco significa, literalmente. Depende de cómo se levante uno, del tiempo, o del jefe. No seamos tan falsos.

(Además, y ya es casualidad, al día siguiente de morir Céline, lo hizo Hemingway. De cuyo aniversario de muerte no he oído hablar, seguramente porque nadie pone en duda el valor de su literatura. El tipo de la barba es “untouchable”. Sin embargo, si nos atenemos a su vida (y no a su obra, todavía virgen para mí solito, -sin que me importe tampoco demasiado hasta el momento-), Hemingway ya hizo suficiente daño con sus ideas y convicciones, quizás mucho más que el que hizo realmente Céline. Porque es evidente que muchos americanos han pagado sus grasientos dólares estos mismos días pasados de San Fermín 2011, sólo para emular al pionero de la taurina y cansina tomadura de pelo al pueblo español, y al navarro, en concreto. Como si fuéramos una cuadrilla de gilipollas todos, vamos.)

Hay que ir al grano, y lo que importa ahora es la novela de Céline. Por ahí se la considera como la más importante de la primera mitad del siglo pasado, exceptuando las de Proust. Quizás no hay mucha gente que lea a Céline, pero a aquel sopazas magdaleno (con perdón), menos. El día que mi jefe, el mismo de antes, me deje el tiempo libre suficiente como para encontrar mi propio tiempo perdido, Proust me tomará cuentas de lo que escribo ahora. Y le pagaré con gusto, no se crean.

 

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La novela de Céline es de 1932, no de 1952 (la fotografía puede llevar a confusión). La traducción de Carlos Manzano es magnífica, y se merece una mención especial en esta denuncia social de artículo. Traducción, que, por cierto, en el futuro podría llevar a la confusión, o al nerviosismo, o a la locura semántica, a las posibles nuevas generaciones de lectores de la novela en castellano. El uso de las jergas y del lenguaje de los bajos fondos es constante, y dadas las metamorfosis que sufren en los últimos tiempos los lenguajes callejeros, quizás algunos lectores necesiten de diccionario. También los que la lean en versión original.

Antes de empezar a regalar al lector con algunas de las perlas literarias que contiene esta novela (como medio de animación a la lectura), sólo tengo que decir una cosa en favor de Céline: es un hijo de puta de francés consciente de serlo. Y hay tantos que no lo son… franceses, claro.

 

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SOBRE LA GUERRA y EL PATRIOTISMO

 

“Sí, me creí astuto al hacerlo, ¡imagínese! Para substraerme a la contienda y de ese modo, cubierto de vergüenza, pero vivo aún, volver a la paz como se vuelve, extenuado a la superficie del mar, tras una larga zambullida… Estuve a punto de lograrlo… Pero la guerra dura demasiado, la verdad… A medida que se alarga, ningún individuo parece lo bastante repulsivo para repugnar a la Patria… Se ha puesto a aceptar todos los sacrificios, la Patria, vengan de donde vengan, todas las carnes… ¡Se ha vuelto infinitamente indulgente a la hora de elegir a sus mártires, la Patria! En la actualidad ya no hay soldados indignos de llevar las armas y sobre todo de morir bajo las armas y por las armas… ¡Van a hacerme un héroe! Ésa es la última noticia… La locura de las matanzas ha de ser extraordinariamente imperiosa, ¡para que se pongan a perdonar el robo de una lata de conservas! ¿Qué digo, perdonar? ¡Olvidar! Desde luego, tenemos la costumbre de admirar todos los días a bandidos colosales, cuya opulencia venera con nosotros el mundo entero, pese a que su existencia resulta ser, si se la examina con un poco más de detalle, un largo crimen renovado todos los días, pero esa gente goza de gloria, honores y poder, sus crímenes están consagrados por las leyes, mientras que, por lejos que nos remontemos en la Historia -ya se sabe que a mí me pagan por conocerla-, todo nos demuestra que un hurto venial, y sobre todo de alimentos mezquinos, tales como mendrugos, jamón o queso, granjea sin falta a su autor el oprobio explícito, los rechazos categóricos de la comunidad, los castigos mayores, el deshonor automático y la vergüenza inexpiable, y eso por dos razones: en primer lugar porque el autor de esos delitos es, por lo general, un pobre y ese estado entraña en sí una indignidad capital y, en segundo lugar, porque el acto significa una especie de rechazo tácito a la comunidad. El robo del pobre se convierte en un malicioso desquite individual, ¿me comprende? ¿Adónde iríamos a parar?”

“Por fin, me arriesgué, para concluir, a hacer girar uno de mis brazos por encima de mi cabeza y soltando una de las manos del capitán, una sola me lancé a la perorata: «Entre bravos, señores oficiales, ¿no es lógico que acabemos entendiéndonos? ¡Viva Francia, entonces, qué hostia! ¡Viva Francia!». Era el truco del sargento Branledore. También en aquella ocasión me dio resultado. Fue el único caso en que Francia me salvó la vida; hasta entonces había sido más bien lo contrario. Observé entre los oyentes un momentito de vacilación, pero, de todos modos, a un oficial, por poco predispuesto que esté, le resulta muy difícil abofetear a un civil, en público, en el momento en que grita tan fuerte como yo acababa de hacerlo «¡Viva Francia!». Aquella vacilación me salvó”.

Un momentito, señores. Ahora vuelvo. Es mi vacilación particular. Dejo la I Guerra, pero no la recomendación de esta primera parte de la novela a cualquiera que se indigne al visionar los “Senderos De Gloria”, de K.

Veniamín A. Kaverin – Ante El Espejo

Tuesday, June 28th, 2011

Hace cosa de dos años, escribí en este mismo espacio, un completo informe sobre la incomensurable obra de Alexandr Zinoviev, “Cumbres Abismales” (1974).

Esta vez me dedico, mucho más brevemente, a comentar otra obra de literatura soviética, escrita en 1971 en su caso. Ambas obras muy cercanas en el tiempo, en una época muy concreta de la historia de este desaparecido tipo de literatura.

La novela que ha caído en mis manos, Pered Zerkalom (“Before the Mirror”, “Ante el Espejo”), fue traducida por Arnaldo Azzati, importante traductor exiliado republicano en la URSS hasta los años setenta. Editada por Planeta en España en el mismo 1972, por Mezhdunarodnaia Kniga allá.

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  • Como con Zinoviev, se precisa de sosiego, paciencia, e interés. Por momentos, la novela se hace un poco farragosa. Pero, ojo, vale la pena. Lo de farragoso quizás sea injusto, aunque realista, para el moderno lector.
  • La novela describe un amor a lo largo de veintidos años, (1910-1932) a través de una relación epistolar, entre una jovencita pintora, y su amado matemático. Él, Kostia, Kostantin, representa el ideal intelectual soviético. Entregado a la causa, ajeno a la idea del triunfo, de la casualidad, cercano a la realidad, a lo certero, a través de sus estudios de matemáticas. Ella, Lisa, Elizaveta, representa el ideal del arte puro, sin mácula. La creadora más allá del bien y del mal.
  • Me da la sensación de que hay que ser ruso, haber nacido allí, en Rusia, o en alguna de las antiguas repúblicas soviéticas, para entender mucho mejor, si no la intención de Kaverin, sí las particularidades del mundo que crea a partir de unas escuetas cartas. Pero se intuye que él también se ve más cercano a los ideales citados que a la realidad circundante de su época (Brezhnev).
  • A estas alturas, la idealización que transpira la novela respecto a París, Estambul, Córcega, no es precisamente el punto fuerte del argumento. Las dificultades que tiene la pareja para poder viajar al extranjero (o bien para volver a la madre patria) hoy en día han quedado superadas, pero gracias a ellas, o por su culpa, se desarrolla la historia de estas dos personas. Ella huye del país, pobre, emigrante, con el ideal de acudir a París. Él, se queda, levantando el país, inaugurando por todo él un sinfín de institutos y centros culturales.
  • Lisa, bella, inteligente, y vaso comunicante de la vida hacia el arte, debe pasar por su propio proceso de formación. Kaverin recurre una y otra vez a escuetas explicaciones pictóricas, a nombres que todavía significan algo en la sabiduría popular (Chagall, Matisse, Toulouse-Lautrec, Picasso), y a diversas fuentes de inspiración (ópera, teatro, música clásica), de raices rusas, prácticamente desconocidas por un servidor (algo mejor me he defendido con las referencias literarias -Alexei Tolstoi, por ejemplo-). Ella por conseguir su ideal de pintura, abandona el mundo carnal, y de esta manera, su relación con Kostia es subestimada en sus primeros años, aunque no deja de ser el principal motor de su vida en los subsiguientes años de lucha contra la pobreza material existente en el todo el continente europeo.
  • Él, quizás acostumbrado al machismo imperante de la época, no se encapricha con Lisa, si sabe que hay más sueltas a su alcance, pero con el tiempo, se dará cuenta de que ella es la que vale la pena, por la que intenta luchar. El papel de Kostia en la novela es secundario, de todas maneras.
  • Lo que nos interesa es la evolución de Lisa. Su aprendizaje. Recuerdo en estos momentos la novela de Keller, “Enrique el Verde”, tan parecida a esta en algunos aspectos. Pero me temo que lo que es “bildungsroman” en 1972 y lo que era hacia 1860 no tiene mucho que ver, aunque el objeto, el ansiado ideal siga siendo el mismo. Lo que cambian son las maneras de contar. Kaverin triunfa, sobre todo por su logradísimo final, con la estructura que elige. Nada se sabe de los personajes una vez se acaban las cartas con las que cuenta el autor (y el lector). Las lecturas pueden ser bastante variadas, pero lo más importante es que,

Lisa cumple su sueño. Empieza a pintar ella los cuadros, y no al revés. Eso sí, después de haber sido humillada por cientos de lienzos que se han reido de ella. Esta es la lección de la novela. Que seguirá sirviendo también en el futuro.

Ahora, hay que distinguir las aproximaciones de Keller y de Kaverin. El primero lo confía todo en el destino. La casualidad hará que Enrique triunfe como pintor (y una casualidad, o destino, bastante llamativo para la oscura época cultural que vivimos). El segundo hace que Lisa alcance su ideal (no se sabe si para morir, o para volver por fin a su patria) mediante una pasión humilde, y sobre todo, austera. Practicamente nadie la ayuda, es más, es traicionada por los supuestos mecenas del arte. Estas dos visiones, el idealismo alemán, el materialismo soviético, son en sí mismas, la base de los problemas de cualquier artista de cualquier época. En la primera, la suerte, el destino, son los que prefiguran el éxito (pero que nadie se confunda ahora con lo que son enchufismos, engaños, mentiras, o exclusiones, -importantes ingredientes del jugo gástrico del estómago más mediterráneo). En la segunda, más corrompida, menos pura, evidentemente, el éxito se alcanza sólo a costa de una lucha cotidiana contra los elementos, que parecen invencibles, como el sol, o la lluvia (cuando llueve). Pero no lo son tanto, una vez se alcanza una especie de nirvana materialista. Porque al final poco importa que llueva, nieve, o uno se ase de calor.

Habría que suponer que ambas tendencias son válidas, y que una conjunción de ambas significa el equilibrio ideal.

En fin, gracias, Kaverin.

 

 

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Wednesday, June 8th, 2011

8 de Junio, pasadas las once de la noche. 2011.

Desde al menos las seis y media de la tarde, de forma sistemática, no he podido acceder a ninguna dirección web de la que forme parte la palabra “blogspot”.

No se puede acceder a NINGÚN blog de este tipo, ya sea de música, recetas de cocina, cuentos de la abuela, etc, etc…

Lo preocupante del tema es que hoy en día, “blogspot” es lo que realmente hace ser a Internet un invento útil. Casi todo lo demás, lo podemos encontrar en los periódicos de toda la vida.

Sigan así, señores.